Yo, acostada en la camilla, lo miraba mientras me limpiaba el sudor con un pañuelo, y sin darme cuenta, las lágrimas comenzaron a rodar.
Hasta que un día descubrí algo inesperado.
Mientras limpiaba el cuarto, encontré una carpeta vieja en el fondo del armario.
Dentro había decenas de recibos de donaciones al Centro de Acogida Infantil Tâm Đức —el mismo lugar donde yo había hecho voluntariado años atrás.
El remitente: Nguyễn Văn Dũng.
Me quedé helada. Él nunca me había contado eso.
Esa noche le pregunté.
Se sobresaltó un poco, pero luego sonrió y dijo:
“Yo crecí allí. La que ahora es mi madre me adoptó después. Solo quiero ayudar a los niños que viven lo mismo que yo.”
Me quedé sin palabras.
Toda mi vida pensé que yo era la que había sufrido, sin imaginar que aquel hombre cojo llevaba dentro un corazón tan inmenso.
Otra noche, llegué a casa antes de lo habitual.
La puerta del cuarto estaba entreabierta.
Vi a Dũng sentado, quitándose la prótesis de la pierna, masajeando el muñón —mucho más grave de lo que yo creía.
Del cajón sacó una foto vieja: era yo, a los 25 años, en una visita al orfanato, repartiendo regalos a los niños.
Debajo, había una frase escrita con letra torpe:
“Gracias, Thảo —la primera chica que me sonrió.”
El corazón se me encogió.
Entonces entendí: su amor por mí había comenzado veinte años atrás, cuando yo ni siquiera sabía que él existía.
Entré en silencio y lo abracé por detrás.
Él se sobresaltó, y entre lágrimas, le susurré:
“Perdóname… todos estos años nunca te entendí.”