Padre soltero fue a reparar la cerca de la vecina… sin saber que ella era dueña de media ciudad…

Y Lucía no está contigo hoy. Los martes y jueves se queda con doña Soledad después del colegio. Es la vecina de enfrente, una señora mayor que me hace el favor de cuidarla hasta que cierro el taller. Debe ser difícil compaginar el trabajo con la crianza. Manuel se encogió de hombros. Nos adaptamos. En un pueblo pequeño como San Martín, las personas se ayudan. Doña Soledad perdió a su hijo hace años y dice que Lucía le devolvió la alegría a su casa.

Las conexiones inesperadas son las más valiosas”, comentó Carmen pensando en cómo su propia vida había cambiado desde que cruzó aquella valla. “¿Necesitas revise tu coche? Perdona mi aspecto, pero no no es eso. Lo interrumpió Carmen. En realidad venía a invitarlos a ti y a Lucía a la feria del pueblo este domingo. Habrá puestos de artesanía, música. Pensé que a Lucía le gustaría. Manuel pareció dudar. Es muy amable, pero los domingos suelo adelantar trabajo aquí mientras está tranquilo.

Entiendo, solo era una idea. Un silencio incómodo se instaló entre ellos. Manuel volvió a limpiar sus manos en el trapo. Gesto que Carmen había notado era habitual cuando estaba nervioso. Aunque Manuel levantó la mirada. Lucía lleva semanas hablando de la feria. Tal vez podría hacer una excepción por una tarde. La sonrisa que iluminó el rostro de Carmen fue tan genuina que Manuel no pudo evitar corresponderla. Maravilloso. Podemos encontrarnos en la plaza central a las 4. Allí estaremos.

El pequeño campanario de la iglesia repicó a lo lejos marcando las horas. Las 12 ya, exclamó Carmen. Debo irme. Tengo asuntos que atender. Por supuesto, asintió Manuel. Te acompaño a la puerta. Al salir del taller, Carmen notó miradas curiosas desde la cafetería de enfrente. En un pueblo como San Martín, las novedades viajaban a la velocidad del viento. “Creo que nos observan”, comentó divertida. Manuel se tensó visiblemente. “La gente habla, es inevitable. ¿Te molesta?” “No es eso. Es que Manuel dudó buscando las palabras adecuadas.

No quiero que Lucía sufra por rumores malintencionados. Ya ha pasado por bastante. Carmen comprendió inmediatamente. La protección de tu hija siempre es lo primero. Lo respeto profundamente. Gracias por entenderlo. Se despidieron con un gesto. Conscientes de las miradas que seguían cada uno de sus movimientos. Carmen caminó hacia su coche estacionado, dos calles más allá. No quería que Manuel viera el lujoso vehículo que contradecía su apariencia sencilla. Al entrar, tomó su teléfono y marcó un número. Ernesto, necesito que investigues algo discretamente.

La cadena Autofas y su impacto en los talleres locales de San Martín, especialmente el taller San Miguel. Por supuesto, señora Álvarez, es para la reunión con la junta directiva del viernes. No, es un asunto personal. Y Ernesto, que nadie más sepa de esto, como siempre, absoluta discreción. Carmen colgó, consciente de que estaba cruzando una línea. Su vida profesional y personal comenzaban a entrelazarse peligrosamente. Pero la imagen de Manuel trabajando incansablemente en aquel taller modesto, mientras grandes corporaciones, su propia corporación, amenazaban su sustento, la perseguía.

Papá más alto. Lucía reía en el columpio improvisado del jardín. Manuel empujaba suavemente, controlando la altura con precaución. Si vas más alto, saldrás volando hasta la luna, bromeó. Y podría saludar a los astronautas. El sonido de la puerta de la valla los interrumpió. Carmen apareció con una bolsa de papel en las manos. Carmen. Lucía saltó del columpio en movimiento, provocando que Manuel contuviera la respiración por un segundo. Con cuidado, cielo. La niña ya corría hacia Carmen, quien recibió su abrazo con una sonrisa.

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