“Nunca podrás arreglarlo” — Se rieron de ella… pero lo que hizo después nadie lo vio venir

La risa que soltó después era seca, cruel, como si estuviera escupiendo cada palabra. Marta no respondió, pero algo dentro de ella ardía. No solo era orgullo, era la memoria de su padre, era el taller perdido, eran todas las veces que tuvo que aguantar para no perder una oportunidad. Un par de mecánicos grababan con sus teléfonos a escondidas, esperando el momento exacto en el que Marta fallara para subirlo a redes y convertirlo en burla viral. Ella lo sabía, pero también sabía que lo único que tenía que hacer era mantener la calma.

El motor tenía una falla intermitente, no era falta de habilidad lo que lo complicaba, sino que alguien ya había metido mano y había desajustado algunas piezas. A propósito, Marta comenzó a sospecharlo cuando notó que la línea del sensor MAF estaba desconectada sutilmente. No era un error común, era sabotaje. Un sabotaje planeado para dejarla en ridículo. ¿Qué pasa? Ya te diste por vencida”, gritó uno desde el fondo, provocando risas aún más fuertes. Marta apretó los dientes, volvió a colocar la línea y cuando lo hizo, escuchó un leve cambio en el sistema.

Estaba cerca, pero no iba a apresurarse. Sabía que ese era el objetivo, presionarla hasta que explotara. Y si fallaba, se encargarían de hacerle saber que fue por su naturaleza. Si la historia te está gustando, no olvides darle like, suscribirte y comentar qué te está pareciendo. Esteban se giró hacia don Rogelio y le dijo en tono burlón, pero con voz firme, “Te dije que esto era una pérdida de tiempo. Las mujeres no tienen la capacidad. Esto es mecánica real, no un juego de cocina.” Don Rogelio bajó la mirada y no respondió.

Sabía que estaba mal, pero tenía demasiados compromisos con Esteban. Marta escuchó todo. Apretó la llave aún más fuerte, no por el tornillo, sino porque era la única forma de no explotar de rabia. En ese momento, uno de los mecánicos se acercó por detrás y, sin disimulo, intentó mover la herramienta en su mano, fingiendo que la ayudaba. Déjame, ya perdiste mucho tiempo”, dijo. Pero lo que nadie esperaba fue la reacción de Marta, porque ese momento marcó un antes y un después, pero aún no te imaginas cómo terminó todo.

El intento del mecánico por arrebatarle la herramienta fue la gota que rompió la última hebra de contención. Marta soltó el brazo con fuerza, lo miró directo a los ojos y con una voz firme, sin elevar el tono, dijo, “No me vuelvas a tocar mientras trabajo. Ni tú ni nadie.” Un silencio incómodo se apoderó del taller. Por primera vez en todo el día risas desaparecieron. El mecánico retrocedió sin decir palabra, pero Esteban, al ver que el juego se le escapaba de las manos, chasqueó los dedos y lanzó una orden sutil pero venenosa.

Ya basta de perder tiempo. Sáquenla de ahí. Y entonces dos de los trabajadores avanzaron para quitarla del motor por la fuerza. Marta se mantuvo firme. No retrocedió ni 1 centímetro. Cuando uno de ellos le rozó el brazo, un estruendo metálico retumbó por el taller. Fue el sonido del motor encendiéndose de golpe. El capó vibró y todos quedaron congelados. Nadie lo había logrado en semanas. Esteban abrió los ojos, pero en vez de sorprenderse, frunció el ceño. Seguro fue suerte.

Ese motor está dañado de raíz, murmuró. Marta no dijo nada, solo bajó lentamente el capó y fue hacia el tablero de diagnóstico con paso firme. Conectó el escáner. En la pantalla apareció sistema estabilizado. El sabotaje había sido revertido. Don Rogelio tragó saliva, visiblemente incómodo. Sabía que Marta tenía razón desde el principio, pero su miedo a perder al cliente millonario lo había hecho cómplice del maltrato. Esteban, en cambio, se cruzó de brazos con una sonrisa cínica. ¿Quieres un premio por arreglar algo que tú misma seguramente dañaste?

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