Carmen Mendoza sujetaba la mano de la pequeña Lucía mientras atravesaba el salón del hotel Alfonso XI de Sevilla. El vestido de dama de honor de la niña susurraba con cada paso hacia el altar, donde Elena Vázquez, en un vestido de novia de 20,000 € estaba a punto de casarse con Diego Montero, heredero de una cadena hotelera valorada en 300 millones.
Pero Carmen había descubierto algo esa mañana que le heló la sangre. Elena no era quien decía ser. Los documentos ocultos en la suite nupsial revelaban un fraude orquestado durante años, cuando Carmen interrumpió la ceremonia gritando, “¡Pad todo!”, 200 invitados de la Alta Sociedad Sevillana quedaron petrificados. Pero lo que sucedió después, cuando la verdadera identidad de Elena salió a la luz, transformó una boda de cuento en un escándalo que sacudiría toda España, porque a veces es precisamente la persona más humilde de la sala, quien
salva a todos de la ruina. El hotel Alfonso XI brillaba bajo el sol de junio sevillano, sus torres mudéjares elevándose sobre los naranjos del patio central. Carmen Mendoza, 42 años de experiencia como niñera en las familias más adineradas de Andalucía, ajustaba por enésima vez el lazo en el pelo de Lucía Montero, mientras la niña de 8 años temblaba de emoción.
Carmen trabajaba para la familia Montero desde hacía 5 años, desde que la madre de Lucía murió en un accidente de tráfico, dejando a Diego viudo y destrozado. Durante esos años se había convertido en mucho más que una simple niñera. Era la roca sobre la que la familia se apoyaba, la presencia constante que había ayudado a padre e hija a reconstruir sus vidas.
Diego Montero, 35 años, heredero de una cadena de hoteles de lujo que se extendía desde Barcelona hasta Marbella. Era un hombre bueno, pero ingenuo en el amor. La muerte de su esposa María lo había devastado y durante dos años vivió solo para Lucía y el trabajo. Luego, 18 meses atrás conoció a Elena Vázquez en una gala benéfica en Madrid.
Elena había aparecido como un ángel, 28 años, rubia, elegante, con una historia conmovedora de huérfana que se había abierto camino en el mundo de la moda. Decía ser diseñadora emergente, haber estudiado en París, tener contactos en el mundo de la alta costura, que podrían ser útiles para los hoteles Montero. Diego se enamoró perdidamente.