NIÑA HUÉRFANA DE 4 AÑOS ERA GOLPEADA TODOS LOS DÍAS POR SU MADRASTRA POR PROTEGER A SU HERMANASTRO

En aquel momento revisaba contratos para un nuevo emprendimiento en las colonias más marginadas de la ciudad, zona que prometía excelente rentabilidad debido a los precios bajos de los terrenos. Para él, aquellos números representaban solo oportunidades de lucro, dividendos futuros que aumentarían aún más su renta ya sustancial.

Mientras el empresario planeaba sus próximos negocios multimillonarios, la niña huérfana enfrentaba otra pesadilla en su rutina diaria. La madrastra había descubierto que ella había escondido un pedazo de bolillo debajo de la cama para compartir con su hermano durante la noche, cuando el hambre apretara demasiado para que ambos consiguieran dormir.

“Entonces, ¿crees que puedes robar comida de mi casa?” La voz de la madrastra salió como un silvido venenoso mientras sostenía una vara de madera que solía usar para sacudir tapetes. Voy a enseñarte lo que les pasa a las rateras en esta casa. El medio hermano intentó correr para proteger a la niña, pero sus piernitas pequeñas no fueron lo suficientemente rápidas.

El primer golpe alcanzó la espalda frágil de la niña, que cayó de rodillas en el suelo frío, pero se negó a gritar. El segundo golpe vino con más fuerza y el tercero hizo que su cuerpo pequeño se desmayara por algunos instantes. Cuando recuperó la conciencia, la casa estaba en silencio.

La madrastra había salido probablemente para uno de los billares de la vecindad donde solía gastar el dinero del apoyo social destinado al cuidado de los niños en juegos y trago. El hermano estaba a su lado con lágrimas en los ojos. intentando limpiar las heridas con un trapo húmedo. “¿Por qué siempre haces exceso?”, susurró el niño con la voz quebrada.

“¿Por qué siempre te pones enfrente cuando ella está enojada conmigo?” La niña lo atrajo hacia un abrazo apretado, sintiendo los dolores latir por todo su cuerpo lastimado, pero encontrando fuerzas en una determinación que ni ella misma comprendía completamente. “Porque te quiero”, respondió con simplicidad, “y los hermanos se protegen, no importa lo que pase.

” Aquella noche, mientras la lluvia golpeaba fuerte en el techo de lámina de la casita humilde, la vecina anciana que vivía al lado observaba todo por la rendija de la ventana. Sus ojos llenos de compasión presenciaron una vez más la injusticia que se repetía diariamente y una decisión comenzó a formarse en su corazón bondadoso.

Al día siguiente, cuando la madrastra salió temprano para sus actividades cuestionables, la vecina dejó discretamente algunos ungüentos y vendas en la ventana baja de la casa. Era poco, pero era todo lo que su condición humilde le permitía hacer sin ponerse en riesgo de represalia.

La niña encontró los suministros médicos y sintió una pequeña chispa de esperanza encenderse en su pecho lastimado. Alguien se importaba. Alguien veía su sufrimiento e intentaba ayudar, aunque en secreto, por primera vez en meses, ella sonrió de verdad al cuidar de sus propias heridas y de los rasguños de su hermano. Pero la tranquilidad duró poco.

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