mujer arrogante le destrozó el vestido pensando que era una mesera, sin saber que su esposo millonario miraba. Y antes de comenzar, no olvides comentar desde qué país nos estás viendo. Todo sucedió en una de esas noches que parecían perfectas, donde las luces colgaban como estrellas sobre el salón y los invitados lucían como si la elegancia fuese parte de su piel.
Ella Clara había acompañado a su esposo Rodrigo, un empresario reconocido, a una de las galas más exclusivas de la ciudad. No era amante de esos eventos, pero lo hacía por él. vestía un elegante vestido azul marino, sencillo, pero refinado, que resaltaba su porte tranquilo y seguro. Mientras charlaba con un grupo pequeño cerca de la mesa de vinos, una mujer se le acercó con pasos firmes.
Se llamaba Beatriz, esposa de uno de los socios de Rodrigo, una mujer acostumbrada a humillar, creyéndose siempre por encima de todos. Sus ojos la recorrieron de arriba a abajo con desprecio y sin siquiera preguntarle soltó. ¿Y tú qué haces aquí parada como si fueras parte del decorado? Atiéndeme. Necesito una copa de champaña. Clara la miró confundida.
Su instinto fue responder con calma. Creo que se equivoca, señora. Yo no soy parte del servicio. Las risas de dos mujeres detrás de Beatriz incendiaron el ambiente. La arrogante la miró con desdén, como si su aclaración fuese una falta de respeto. “Así que, además de lenta, eres insolente”, respondió acercándose más.
sin importarle que varias miradas empezaban a volcarse hacia ellas. Clara respiró profundo. No quería una confrontación, mucho menos frente a tanta gente. Pero Beatriz dio un paso más. Tomó con brusquedad el escote de su vestido y lo jaló con fuerza. El sonido de la tela desgarrándose atravesó el salón como un trueno.

Clara se quedó helada con la piel herizada por la vergüenza y la humillación. Un murmullo colectivo llenó el aire. Algunos invitados desviaron la mirada, otros sonrieron con morvo. Clara apenas pudo decir con voz quebrada, “¿Por qué haría algo así?” Beatriz altiva alzó el mentón y soltó con ironía, porque las meseras no deberían meterse en lugares que no les corresponden.