Él sabía exactamente lo que yo estaba haciendo. Mantener el suspenso un poco más. Leonor me miraba con sospecha ahora. Sus ojos estudiaban mi rostro buscando algo. El mesero llegó con los entrantes. Era Julián quien había trabajado conmigo desde el principio. Sus ojos me buscaron brevemente, preguntándose si debía intervenir. Le di una sonrisa casi imperceptible. Todo está bien. El servicio aquí es excepcional, comentó Roberto. Por eso venimos cada mes desde hace años. Deben conocer a todo el personal.
Entonces, dije casualmente, como clientes tan importantes. Roberto se infló de orgullo. Por supuesto, somos clientes preferidos. Pero Leonor seguía mirándome y yo sabía que el momento estaba cerca porque el gerente Sebastián Flores, acababa de entrar al comedor. Y cuando sus ojos me encontraron, vi la pregunta en su rostro. Era momento. Asentí ligeramente. Sí, era momento. Sebastián caminó hacia nuestra mesa con su postura profesional característica. Llevaba 5 años trabajando conmigo y había visto muchas situaciones difíciles, pero nunca una como esta.
Buenas noches”, dijo con una sonrisa cortés dirigida a toda la mesa. “Espero que todo esté siendo de su agrado. Excepcional como siempre, joven”, respondió Roberto con autoridad. “Dígale al chef que el entrante estaba perfecto.” “Lo haré, señor”, dijo Sebastián. Entonces sus ojos se posaron en mí esperando mi señal. Le sonreí y asentí suavemente. Señora Dulce, dijo con respeto, inclinándose ligeramente. ¿Hay algo especial que desee para esta noche? Leonor dejó de masticar. Roberto se quedó con el tenedor a medio camino de su boca.
“Perdón”, dijo Leonor después de un largo silencio. La llamó, “Señora Dulce.” Sebastián me miró esperando instrucciones. Yo respiré profundo. Ya no había vuelta atrás. Gracias, Sebastián, dije con calma. Todo está perfecto, pero creo que es momento de traer los documentos que te pedí esta mañana. Por supuesto, señora, respondió él y se retiró. Un momento, dijo Roberto, su voz subiendo. ¿Qué está pasando aquí? ¿Por qué el gerente te habla como si fueras alguien importante? Porque lo soy, dije simplemente.
Al menos aquí. Sebastián lleva trabajando para mí desde que reabrimos este lugar hace 5 años. Leonor soltó una risa nerviosa. Trabajando para ti, dulce. Esto no tiene sentido. Tiene todo el sentido, mamá. Dijo Alberto con calma, mirando a sus padres directamente. Dulce es la dueña de Casa Luna. Casa Luna es mío, confirmé tranquilamente. Bueno, era de mi abuela Dulce María Luna. Ella me lo dejó cuando falleció. Era un lugar pequeño, entonces casi en banca rota. Lo salvé y lo convertí en lo que es hoy.
Roberto se ríó, pero sonó forzado. Eso es imposible. Este restaurante es de los hermanos Luna, todos lo saben. Luna era el apellido de soltera de mi abuela, expliqué. Yo llevo el apellido de mi padre Navarro, pero para el negocio mantuve el nombre que ella eligió. Casa Luna. En su honor, Sebastián regresó con una carpeta de cuero. La colocó delante de mí, no de Roberto, como sería usual. Abrí la carpeta. Dentro estaban los registros que había solicitado, todas las reservaciones de los Ortega, todas sus visitas durante años.