Cuando parecía que estaba sola, apareció un apoyo clave: Don Ramírez, un viejo accionista de la empresa.
—“Su esposo era un hombre íntegro. Él confiaba en usted. Yo también lo haré”.
Con su ayuda, descubrimos pruebas de corrupción que comprometían directamente a Fernando.
La sentencia
El día final del juicio llegó. Los abogados de los Rodríguez gritaron, me insultaron y me tacharon de mentirosa. Pero la evidencia era irrefutable.
El juez dictó sentencia: el testamento era válido, y yo recibía la mitad de los activos. El silencio se adueñó de la sala. Isabel quedó pálida, Fernando apretaba los puños. Yo, por primera vez, respiré en paz.
Una nueva vida
No heredé solo dinero y acciones: heredé una responsabilidad. Cuando entré al consejo directivo, ya no era la bibliotecaria frágil que habían despreciado. Era una mujer con voz y voto.
—“Desde hoy protegeré el legado de David” —declaré con firmeza.
El regreso al hogar
Seis meses después crucé nuevamente las puertas de la mansión de la que me habían echado. El aroma de las lilas que plantamos juntos seguía allí. En el armario encontré su suéter favorito, intacto, como esperándome. Esta vez lloré, pero fueron lágrimas de victoria.
Nuevas batallas