40 minutos después, Rodrigo Santillán salió del edificio que alguna vez fue su imperio, luciendo impecable a pesar de no tener ni un solo bien a su nombre. Valeria lo acompañó hasta la entrada del hotel Paradisus, cargando a Sebastián. ¿Quieres que entre contigo? Ofreció. No, esto debo hacerlo solo. Pero gracias, Valeria por todo. No me las dé todavía.
Aún falta ver qué quiere ese señor Mendoza. Estaré en el café de enfrente esperándolo. Si tarda más de dos horas, entraré a buscarlo. Dijo con una sonrisa que pretendía ser valiente, pero que no lograba ocultar su preocupación. Rodrigo entró al lujoso vestíbulo del hotel, un lugar donde él mismo había organizado docenas de eventos de negocios. Los empleados lo reconocieron.
Algunos desviaron la mirada con incomodidad, otros lo saludaron con la cortesía profesional de quien sabe que está ante alguien caído en desgracia. El licenciado Ernesto Cárdenas lo esperaba en una suite privada del piso ejecutivo. Era un hombre de unos 50 años, traje gris impecable, maletín de piel y la expresión impenetrable de quien ha negociado miles de tratos. Señor Santillán, pase, por favor.
Don Heriberto lo espera en la terraza. Eriberto Mendoza era un hombre imponente de 62 años, cabello completamente blanco, traje italiano que probablemente costaba más que un automóvil compacto. Estaba sentado en la terraza con vista al mar Caribe, fumando un puro cubano y revisando documentos. Rodrigo Santillán, dijo sin levantarse ni ofrecer su mano.
Siéntate, tenemos mucho de qué hablar. Rodrigo se sentó manteniendo la compostura a pesar del nudo en su estómago. Iré directo al grano, Santillan. Tu imperio se derrumbó. Germán Villalobos te dejó con deudas imposibles de pagar y una demanda criminal que podría meterte en la cárcel por 10 años. Los bancos quieren tu cabeza, los inversionistas quieren tu cabeza y el gobierno quiere hacer de ti un ejemplo para otros empresarios.
Si me citó para recordarme mi situación, don Heriberto, estoy perfectamente consciente de ella. Cállate y escucha”, ordenó Mendoza con voz cortante. No viniste aquí a hablar, viniste a escuchar una oferta y créeme cuando te digo que es la única que vas a recibir. Rodrigo apretó los puños bajo la mesa, pero guardó silencio.
Tengo los recursos para pagar tus deudas, los 120 millones que le debes al fisco, los 80 m000ones a los bancos, las demandas civiles, todo. Puedo hacer que esto desaparezca y que salgas libre de cargos criminales. ¿Y qué quiere a cambio? Mendoza sonrió. Una sonrisa de tiburón que mostró dientes demasiado blancos para ser naturales. Quiero tu expertize. Quiero que trabajes para mí durante 5 años como director de operaciones de mi división hotelera.
Salario de 100,000 pesos mensuales, sin bonos, sin prestaciones extraordinarias. Trabajar 6 días a la semana, 10 horas diarias. reportarás directamente a mí y solo a mí. Eso es esclavitud moderna, masculló Rodrigo. Eso es una oportunidad, la única que tienes. Rechaza mi oferta y en 24 horas estarás usando uniforme naranja en el penal de Cancún.