MILLONARIO LLEGÓ SIN AVISAR Y VIO A LA NIÑERA CON SUS HIJOS… LO QUE VIO LO HIZO ENAMORARSE…

se fue porque ella estaba rota por dentro y eso no tiene nada que ver contigo. Entonces, ¿por qué duele tanto? Porque duele que la gente que amamos nos lastime. Pero el dolor no significa que tú hiciste algo mal. Diego se aferró a su blusa como si fuera una balsa en medio del océano. En la oficina, la directora los observaba por la ventana con una expresión suavizada. Esa tarde, mientras esperaba que los niños terminaran de cambiarse para la merienda, Valeria exploró los jardines traseros de la mansión.

Había escuchado a don Miguel, el chóer, mencionar algo sobre un invernadero abandonado. Lo encontró escondido detrás de un muro de piedra cubierto de enredaderas. La estructura de vidrio estaba empañada por años de polvo. Las plantas adentro habían muerto hace tiempo, pero había algo en ese espacio olvidado que le llamó la atención. potencial. ¿Qué haces aquí? La voz de Mateo la sobresaltó. Los tres niños habían seguido sus pasos curiosos. Encontré un tesoro dijo Valeria abriendo la puerta de vidrio con un crujido.

Esto no es un tesoro. Bufó Santiago. Está todo feo. Ahora está feo, pero podríamos arreglarlo. ¿Para qué? preguntó Diego. Valeria se arrodilló entre las macetas rotas y la tierra seca para hacer un jardín secreto, un lugar solo de ustedes donde puedan plantar cosas, ensuciarse las manos y hablar de lo que sientan sin que nadie los juzgue. Mateo tocó una maceta con el pie. Papá dice que ensuciarse es de niños sin educación. Tu papá está equivocado, dijo Valeria simplemente.

Ensuciarse es de niños que están vivos. Los tres hermanos intercambiaron miradas. “¿Podemos romper cosas aquí?”, preguntó Mateo esperanzado. “Pueden romper macetas viejas si necesitan sacar el enojo, pero también van a crear cosas nuevas.” ¿Cómo, qué? Como un jardín que crezca con ustedes. Santiago se acercó tímidamente. “¿Y si no sabemos cómo hacerlo crecer?”, Valeria le sonrió. “Entonces aprenderemos juntos. Así es como funcionan las cosas importantes. No nacemos sabiendo. Vamos aprendiendo poquito a poquito. La segunda semana en el jardín secreto, Mateo finalmente aceptó que Valeria lo abrazara sin empujarla.

Habían estado plantando semillas de girasol. Mateo había metido las manos en la tierra con una intensidad casi violenta, como si quisiera enterrarse él mismo. “Odio que papá nunca esté”, dijo de repente. Valeria no dejó de plantar. “¿Qué es lo que más extrañas de él? No extraño nada, no está nunca. Pero si estuviera, ¿qué te gustaría hacer con él?” Mateo se limpió las manos en su pantalón dejando manchas de tierra, jugar fútbol. Las otras niñeras decían que el fútbol era muy rudo, que me iba a lastimar.

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