Yo no quiero quitarle a su hijo. No me lo estás quitando. Me lo estás devolviendo. Patricia sonrió con lágrimas. Podrás perdonar a una vieja tonta. Valeria la abrazó sorprendiendo a Patricia. Ya lo hice. Esa noche ambas familias se reunieron en la casa de señora Elena. La pequeña sala estaba llena de gente. Los niños jugaban con los sobrinos de Valeria. Patricia ayudaba a Elena en la cocina, ambas riendo mientras preparaban quesadillas. Sebastián estaba sentado en el suelo con el padre Gonzalo escuchando historias de Valeria niña.
El tío de Valeria, que trabajaba en construcción, hablaba animadamente con Sebastián sobre bienes raíces. Don Miguel había venido desde la ciudad de México con Rosa y señora Ortiz, todos celebrando. No había distinción de clases ahí, solo familia. Sebastián observó a Valeria moverse entre los grupos, abrazando a todos, riendo con libertad. Ella lo miró desde el otro lado de la habitación y le sonrió. Diego se acercó a su padre. Papá. Sí, hijo. Creo que Dios sí escuchó nuestras oraciones.
Yo también lo creo. Valeria va a ser nuestra mamá para siempre. Para siempre. Diego se acurrucó contra él. Entonces somos la familia más rica del mundo. Sebastián abrazó a su hijo sintiendo una paz que nunca había experimentado con todo su dinero. Sí, Diego, lo somos. Más tarde, cuando los niños se quedaron dormidos en las habitaciones de los primos, Sebastián y Valeria salieron al pequeño patio trasero. Las estrellas brillaban más que en la Ciudad de México. El aire olía a bugambilias.
¿Te arrepientes?, preguntó Valeria. De nada, absolutamente nada. Tu vida cambiar. Ya cambió y es infinitamente mejor. Valeria se recargó contra él. Todavía tengo miedo. Yo también. Pero ahora tenemos fe. Sebastián la volteó hacia él. Y tenemos amor. Y tenemos a tres niños que nos mantienen honestos. ¿Cuándo nos casamos? Aquí en 6 meses en esta parroquia donde creciste con toda esta gente que te ama. ¿No quieres algo más grande, más elegante? Quiero algo verdadero como nosotros. Valeria lo besó bajo las estrellas de Puebla, en el jardín de su infancia, rodeados del murmullo de familias que finalmente se habían convertido en una.
Adentro, Patricia y Elena brindaban con café. Por los milagros, dijo Elena. Por las segundas oportunidades respondió Patricia. Y en la sala tres niños dormían abrazados, soñando con un futuro donde nunca más tendrían miedo en la noche, porque finalmente tenían lo que siempre necesitaron. una familia que oraba junta y se quedaba junta para siempre. 6 meses después, un sábado soleado de abril, la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe en Puebla se llenó hasta el tope. Sebastián estaba parado frente al altar, ajustándose la corbata por quinta vez en 2 minutos.
Ricardo, su padrino, le puso una mano en el hombro. En tranquilo, hermano, no va a huir. ¿Y si cambia de opinión? La conoces. Si dijera que sí es porque es para siempre. Sebastián sonrió nerviosamente. Tenía razón. La iglesia era una mezcla perfecta de dos mundos. De un lado, empresarios en trajes elegantes y mujeres con vestidos de diseñador. Del otro, familias de Puebla en sus mejores ropas domingueras. Y entre todos ellos, Rosa lloraba feliz. Don Miguel grababa todo en su teléfono y señora Ortiz coordinaba a los niños como general de guerra.