Te vestirás apropiadamente y asistirás a la fiesta. Cenarás en la mesa principal. Conversarás con mis invitados. Actuarás como si fueras una más.” Valentina supo al instante que había una trampa. Augusto no era un hombre amable. Nunca hacía nada sin un propósito y la amabilidad en su boca sabía a veneno. Puedo preguntar por qué. Porque quiero que aprendas algo. Quiero que entiendas tu sitio en el mundo. La frialdad de su voz le confirmó todo. No era una invitación, era una sentencia.
Quería que ella se sintiera fuera de lugar, ridícula, inferior, y luego humillarla delante de todos. Entiendo”, dijo Valentina firme, a pesar de que su pecho palpitaba como tambor. “Perfecto, te proporcionaré un vestido adecuado. Nada costoso, claro. No quiero avergonzarme delante de mis invitados”, añadió y luego, con una sonrisa aún más cruel. “¡Ah! Y no te preocupes si no sabes cómo comportarte. Estoy seguro de que todos comprenderán perfectamente de dónde vienes. La palabra origen se deslizó de su boca con un desprecio que la hizo sentir como si la hubieran escupido, como si fuera una mascota a la que pensaba enseñar a sentarse y callar.
Valentina se mordió el labio. No iba a darle el gusto de verla herida. Puedes irte. Y recuerda, jueves 8 en punto, ni un minuto tarde. Él se marchó dejándola sola en ese salón enorme, rodeada de lujo que no le pertenecía. Las lágrimas asomaron, pero se negó a dejarlas caer. Llorar no cambiaría nada. Augusto Belmont creía conocerla. Creía que Valentina Silva era simplemente una empleada desesperada que llamó a su puerta 3 años atrás suplicando un trabajo, pero no tenía ni idea de a quién había contratado realmente.
Esa misma tarde, mientras ordenaba los libros de la biblioteca privada, Valentina encontró algo que lo cambió todo. un simple papel entre las páginas de un libro de arte contemporáneo, una foto de revista, una imagen que le heló la sangre. Era ella, vestida de rosa Valentino, sonriendo en una gala benéfica, rodeada de empresarios, políticos y celebridades. El pie de foto era claro. Valentina Rossi, heredera del imperio textil Rossi, una de las mujeres más elegantes de la alta sociedad brasileña.
Sus dedos temblaron, cerró los ojos, recordó los flashes de las cámaras, las risas, los saludos, recordó lo que era caminar entre la élite y sentir que el mundo le pertenecía. Recordó como en una sola noche todo se desmoronó. Su padre lo perdió todo apostando en inversiones desastrosas. En seis meses, la familia Rossi cayó de la cima al abismo. Su padre murió de un infarto fulminante cuando los acreedores vaciaron hasta el último rincón de sus vidas. Su madre no aguantó la tristeza.
Murió dos meses después. Valentina tenía apenas 26 años. Perdió todo. Su familia, su fortuna, su apellido, su voz en el mundo y quienes la rodeaban desaparecieron con la misma rapidez. con la que se habían acercado cuando era rica. Descubrió que el mundo de los negocios no perdonaba. Caer era sinónimo de desaparecer. Y así 3 años atrás se presentó en la puerta de los Belmont con un nombre falso y un ruego sincero. Cualquier trabajo, lo que fuera. Augusto la contrató para limpiar y ella aceptó porque quería sobrevivir, pero ahora con esa foto en la mano, supo que el destino le ofrecía una revancha.
Él quería exponerla, humillarla. Perfecto. Iba a asistir a esa fiesta, pero no como la criada invisible que él esperaba. iba a entrar como Valentina Rosy, la mujer que una vez hizo temblar salas de juntas, que dictó tendencias, que hablaba con embajadores y sí, como si fuera parte de su familia. Guardó la foto en el bolsillo de su delantal, se incorporó lentamente y sonró. La primera sonrisa sincera en 3 años, Augusto Belmont no tenía ni la más mínima idea de lo que estaba a punto de desencadenar.