La voz de Alejandro Mendoza cortó el silencio como un cuchillo.
Sus zapatos italianos se detuvieron en el mármol pulido de su penthouse en la Zona Rosa y el maletín de cuero cayó de su mano derecha.
Camila Vázquez levantó la vista del sillón de terciopelo beige, sus ojos oscuros se llenaron de puro pánico.
En sus brazos, envuelto en una manta rosa, un bebé recién nacido mamaba tranquilamente.
Los guantes de limpieza amarillos aún colgaban de las muñecas de Camila, contrastando con la ternura del momento.
“Señor Mendoza, no esperaba que regresara de Sao Paulo tan pronto.
” tartamudeó instintivamente, abrazando más fuerte a la niña.
Alejandro se quedó quieto.
A los 34 años, había construido un imperio de importación desde cero, transformando las conexiones de cultivo de café de su familia en Chiapas en un negocio multinacional.
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