Millonario disfrazado visita su tienda, pero descubre al gerente humillando a la cajera. No olvides comentar desde qué país nos estás viendo. Aquella mañana, don Ernesto decidió salir sin su chóer ni su traje. Usó una gorra vieja, gafas oscuras y una camiseta común. No quería llamar la atención. era dueño de una de las cadenas de supermercados más grandes del país, pero ese día quería comprobar algo. Había recibido demasiadas quejas anónimas sobre maltrato en una de sus sucursales. Así que con un carrito rojo y una expresión neutral entró como un cliente más.
Nadie lo reconoció, pero lo que presenció en la fila fue peor de lo que imaginaba. La joven cajera, de no más de 23 años tenía los ojos rojos. Le temblaban las manos mientras escaneaba los productos. Ernesto notó como intentaba sonreír a los clientes, pero algo en su mirada decía que estaba rota por dentro. Fue justo cuando el gerente, un hombre con traje, corbata y voz arrogante, se acercó caminando rápido y comenzó a gritarle sin importarle quién lo viera.
Otra vez tú, muy linda, pero demasiado inútil. ¿Cuántas veces tengo que repetirlo? La muchacha bajó la cabeza intentando contener las lágrimas. Ernesto observó con el ceño fruncido, disimulando el enojo que comenzaba a hervirle por dentro. Una señora a la fila intentó intervenir diciendo con suavidad, “Disculpe, pero me parece que no es forma de tratar a una trabajadora. ” El gerente giró bruscamente hacia ella y le respondió sin respeto, “Usted cállese, señora. Esto no es asunto suyo.” La cajera quiso hablar, pero su voz apenas salió.
“Lo siento, es que el sistema se trabó.” El gerente la interrumpió brutalmente, empujando la pantalla del computador hacia ella. Excusas baratas, para eso estás aquí, para servir, no para llorar como niña mimada. El supermercado lleno de clientes quedó en silencio. Nadie entendía por qué nadie lo detenía. Ernesto mantuvo la calma, aunque por dentro algo le quemaba. No era solo por la falta de respeto, sino por la impunidad con la que aquel sujeto hablaba. Pensó en su madre, que fue cajera durante años para sacar adelante a su familia.

Pensó en lo que costaba ganarse el pan con dignidad. Y ahora, frente a él, tenía un hombre que representaba todo lo que él despreciaba, poder sin humanidad. Observó como la joven tragaba saliva limpiando una lágrima que se le escapó. “Me dijo que venía a trabajar aunque tuviera fiebre y mire cómo se lo agradecen”, murmuró un cliente detrás de él. El gerente no paraba. Parecía disfrutar del momento, como si humillarla frente a todos le diera poder. ¿Quieres que te mande de vuelta a surtir estantes o prefieres que llame a recursos humanos y te hagan el favor de sacarte de aquí de una vez?