Millonario descubre a su sirvienta protegiendo a su hijo liciado y se queda espantado al ver la verdad. Rubens Aguilar nunca imaginó que encontraría a su sirvienta protegiendo a su hijo de su propia esposa. Era una tarde de jueves en Guadalajara y el calorazo típico de septiembre hacía que las hojas de las jacarandas en la avenida Chapultepecan de flojera.
Rubens había regresado más temprano de una junta de negocios, algo raro para un vato de 47 años que controlaba tres fábricas de telas en México. Su empresa familiar era bien conocida en todo Jalisco y casi nunca llegaba a su casa antes de las 8 de la noche. Al estacionar su BM duben negra en el garaje de la cazona colonial, Rubens se escuchó voces alteradas que venían del jardín trasero.
Una de ellas era conocida, la voz firme de Paola Montes, que llevaba casi 8 años trabajando como sirvienta en su casa. La otra voz más chillona y encabronada era de su esposa Lourdes. “Quítate del camino, Paola. Yo soy su madre ahora.” Gritaba Lourdes. Con todo respeto, señora, pero el pequeño
Dieguito necesita descansar. El doctor dijo que no puede estar mucho tiempo bajo el sol. respondía Paola con una calma que sorprendía. Ruben se acercó sin hacer ruido, escondiéndose detrás de las bugambilias que adornaban el muro de piedra. Lo que vio lo dejó con la boca abierta. Paola, una señora de 52 años con el pelo canoso recogido en un chongo sencillo. Estaba parada entre la silla de ruedas de Diego, su hijo de 12 años, y Lourdes, su segunda esposa de apenas 28.
Este chamaco tiene que dejar de ser consentido. En mis tiempos, los niños no se la pasaban quejándose todo el día, dijo Lourdes, intentando empujar la silla de ruedas hacia el solazo de la tarde. Señora Lourdes, por favor. Dieguito no se está quejando, solo dijo que tiene calor”, explicó Paola agarrando fuerte los manubrios de la silla.
Diego, un niño flaco con ojos grandes y expresivos como los de su papá, miraba hacia arriba con una mezcla de miedo y gratitud. Desde el accidente de coche hace dos años que le quitó la vida a su mamá biológica y le dejó las piernas paralizadas, se había vuelto aún más callado y observador.
“Paola, tiene razón, mamá Lourdes”, dijo Diego con voz bajita. El doctor Herrera dijo que mi piel se pone roja muy rápido por las medicinas. “No me contradigas, pequeño”, respondió Lourdes, subiendo la voz. Tienes que acostumbrarte al mundo real. No vas a pasar toda la vida escondido en la sombra. Rubens sintió que la sangre le hervía.