Valentina se acercó tímidamente. Puedo seguir siendo tu princesa, incluso sin cabello de verdad, por favor eches. Las últimas palabras salieron en un susurro quebrado que destrozó cualquier defensa que Javier aún pudiera tener. Se arrodilló bruscamente a la altura de su hija, sus propias lágrimas finalmente comenzando a caer. Valentina, mi amor, yo nunca, nunca dejaría de quererte. Nunca. Su voz temblaba violentamente. Siempre serás mi princesa, cono sin cabello, siempre. Valentina se arrojó a los brazos de su padre y por primera vez en meses se abrazaron de verdad.
Javier sostuvo a su hija con fuerza, como si temiera que pudiera desaparecer, mientras susurraba disculpas entrecortadas en su oído. Elena observó la escena con lágrimas en los ojos, sabiendo que había arriesgado todo por este momento, pero también sabía que, independientemente de lo que sucediera con su empleo, había valido la pena. Pero lo que ninguno de ellos esperaba era que esta sería solo la primera de muchas transformaciones que estaban por venir. El amanecer encontró a Javier completamente despierto en su oficina, contemplando la oscuridad a través de la ventana.
El abrazo con Valentina había destrozado las barreras emocionales que había construido cuidadosamente a lo largo de los meses, dejándolo expuesto a una avalancha de sentimientos. que había estado evitando durante tanto tiempo. Sobre su escritorio había una foto que había tomado del cuarto de Valentina, la última imagen de ella con su madre, tomada dos semanas antes de que Clara falleciera en un accidente de coche. En el retrato, madre e hija sonreían radiantes, los cabellos dorados de ambas brillando bajo el sol del jardín.
Clara sostenía a Valentina en su regazo, susurrándole algo al oído que la hacía reír a carcajadas. Clara, “Te prometí que la cuidaría bien”, murmuró Javier a la foto, su voz ronca por la falta de sueño. Prometí que sería el padre que querías que fuera, pero fallé miserablemente. Los recuerdos lo invadieron como un torrente. Clara siempre decía que Valentina era la princesa más valiente del mundo, incluso cuando enfrentaba pequeños miedos infantiles. Cuando la niña tuvo miedo de los monstruos debajo de la cama, Clara creó una poción mágica de valentía y realizó una ceremonia elaborada para protegerla.
Cuando Valentina se puso triste por romper su muñeca favorita, Clara le enseñó que las princesas de verdad reparan lo que está roto con amor. ¿Cómo pude ser tan cobarde? Javier hundió el rostro entre sus manos. ¿Cómo pude abandonar a nuestra hija justo cuando más me necesitaba? La verdad era que el diagnóstico de cáncer de Valentina había despertado en él un terror paralizante. Ver a su hija enfrentando algo que no podía controlar o arreglar con dinero lo hacía sentirse completamente impotente.
Era más fácil esconderse detrás del trabajo, crear reglas rígidas y mantener la distancia emocional que enfrentar la posibilidad de perderla. Se levantó y caminó por los pasillos silenciosos hasta el cuarto de Valentina. La puerta estaba entreabierta y pudo verla durmiendo pacíficamente, la peluca cuidadosamente arreglada en la mesita de noche junto a la cama. Incluso durmiendo había una sonrisa sutil en sus labios, algo que no había visto en meses. “Dios mío”, susurró apoyándose en el marco de la puerta.
“¿Qué te he hecho? Mi princesa. La culpa lo golpeó como una ola abrumadora. Cuántas noches había llorado Valentina sola. Cuántas veces había esperado un abrazo, palabras de cariño, cualquier señal de que todavía era amada. Y él, en su cobardía disfrazada de protección le había negado todo eso. Javier entró en el cuarto silenciosamente y se sentó en el borde de la cama. Valentina se movió ligeramente, murmurando algo sobre princesas y castillos encantados. Él extendió la mano vacilantemente y le acarició el rostro suavemente, sintiendo lo delgada que estaba, como la quimioterapia le había robado sus mejillas son rroadas.
“Papá está aquí, mi amor”, susurró. Su voz quebrada. “Papá siempre va a estar aquí a partir de ahora.” Las siguientes horas fueron de una profunda transformación. Javier bajó al salón donde Elena le había puesto la peluca a Valentina y se sentó en el mismo sofá, reviviendo mentalmente la escena. Por primera vez en meses había visto a su hija verdaderamente feliz, radiante, de una alegría pura que había olvidado que existía. Elena tenía razón. Valentina no necesitaba una peluca para ser bonita, pero necesitaba saber que era amada y él había fallado miserablemente en demostrar ese amor.
Cuando salió el sol, Javier había tomado varias decisiones importantes. Primero, cancelaría todas las reuniones de los próximos días para pasar tiempo con Valentina. Segundo, buscaría un psicólogo especializado en niños con cáncer para aprender a manejar mejor la situación. Tercero, le pediría disculpas formales a Elena. Ella había hecho lo que él no tuvo el coraje de hacer. A las 7 de la mañana, cuando Elena llegó para trabajar, encontró a Javier esperándola en el salón principal. Estaba visiblemente abatido, con ojeras profundas y ropa arrugada, como si no hubiera dormido nada.
Elena, necesito hablar con usted, dijo, su voz completamente diferente del tono autoritario habitual. Ella se preparó mentalmente para el despido que seguramente vendría, enderezando los hombros con dignidad. Señor Montenegro, acepto las consecuencias de mis actos. Sé que desobedecí sus órdenes, pero yo quiero pedirle disculpas. La interrumpió, sus palabras cayendo como bombas en el silencio de la mañana. Elena parpadeó varias veces, segura de que había oído mal. Usted hizo por mi hija lo que yo debería haber hecho hace meses.
Le devolvió la alegría que yo en mi cobardía le había robado. Javier se levantó, pero no se acercó, respetando su espacio personal. Valentina tenía razón ayer. Realmente parecía una princesa y lo más importante se sintió como una. Señor Montenegro, usted arriesgó su empleo, su estabilidad, todo para hacer feliz a una niña. Y yo yo he estado castigando a mi propia hija por algo sobre lo que no tenía control, simplemente porque era demasiado cobarde para enfrentar mi propio dolor.
Javier caminó hacia la ventana, observando el jardín donde Valentina solía jugar antes de enfermar. Quiero hacer un trato con usted, Elena. Quiero que me ayude a ser el padre que Valentina merece. Quiero aprender a verla como la princesa valiente que siempre ha sido, con o sin cabello. Se giró para mirarla. A cambio le ofrezco un aumento salarial del 50% y la promesa de que nunca más le impediré interactuar con ella. Elena sintió que las lágrimas comenzaban a caer.
La transformación en Javier era visible y genuina. Había algo completamente diferente en sus ojos, una vulnerabilidad y determinación que no existían antes. Acepto, Señor, pero con una condición, dijo suavemente. ¿Cuál? Que empiece a llamar a Valentina Princesa de nuevo y que lo haga hoy mismo. Javier sonrió por primera vez desde que Elena había comenzado a trabajar en la mansión. Trato hecho. En ese momento, unos pequeños pasos resonaron en la escalera. Valentina apareció en el salón, ya vestida y peinada, pero sin la peluca.
Sus ojos se movieron entre su padre y Elena, como si temiera haber perdido la magia del día anterior. “Papá”, dijo tímidamente. Javier se arrodilló de inmediato, abriendo los brazos. Buenos días, mi princesa valiente. La sonrisa que iluminó el rostro de Valentina fue más brillante que cualquier peluca podría ser. Corrió a los brazos de su padre y esta vez él no la soltó. Elena observó la escena con el corazón rebosante de alegría, sabiendo que había ayudado a reparar algo que parecía irremediablemente roto, pero lo que no imaginaba era que esta transformación era solo el comienzo de cambios aún mayores que estaban por venir.