A Rosa le temblaron las rodillas y casi se cae en una silla. Las lágrimas corrían por sus mejillas. «No… no sé qué decir».
«Di que aceptas», dijo Ethan con suavidad.
La noticia del gesto de Ethan llegó rápidamente al público. Los periodistas lo elogiaron por su compasión, no solo por su riqueza. La historia del millonario que eligió la amabilidad sobre la vanidad, que invirtió en el futuro de una sirvienta en lugar del ego de una novia, se convirtió en un titular que resonó mucho más allá de Nueva York.
Vanessa, mientras tanto, se desvaneció en la oscuridad, su reputación manchada. Ethan nunca habló mal de ella públicamente; no lo necesitaba. Sus acciones habían hablado lo suficientemente alto.
Para Rosa, todo cambió. En cuestión de meses, comenzó sus estudios en la NYU, equilibrando sus clases con un trabajo a tiempo parcial. Ethan continuó apoyándola, no como su empleador, sino como mentor y amigo.
Y en cuanto a Ethan, se sintió más ligero que nunca. No solo había eliminado la toxicidad de su vida, sino que había defendido los mismos valores que lo convirtieron en el hombre que era.
Al final, la decisión del millonario sorprendió a todos, no porque puso fin a una relación, sino porque demostró que la verdadera riqueza no se mide por lo que conservas, sino por lo que das.