No sé cómo explicarlo, pero lo vi. El juez, un hombre endurecido por los años, parecía intrigado, aunque aún escéptico. Una historia conmovedora, sin duda, pero no altera la condición médica actual del señor Arthur. Sigue en coma. En ese momento, el teléfono de Renato, que había dejado en silencio, vibró en su bolsillo con una insistencia anormal. Lo ignoró, pero la vibración continuaba. Es una emergencia, meritísimo. Pido disculpas, solo un segundo”, dijo al ver el nombre de Elena en la pantalla.
Contestó con la mano temblorosa. Elena, estoy en medio de la audiencia. ¿Qué? La voz del otro lado lo interrumpió. Una mezcla de llanto y risa. Renato despertó. Arthur despertó. está consciente, está hablando. Renato sintió que el mundo giraba. Miró al juez, al fiscal, al abogado de Víctor. Su rostro, antes pálido por la derrota, ahora se llenaba de un rubor triunfal. Meritísimo dijo con la voz entrecortada, interrumpiendo al juez que ya se preparaba para dictar sentencia. Solicito, imploro, un receso de una hora.
Tengo un nuevo testigo, el más importante de todos. ¿Y quién sería? Preguntó el juez impaciente. Renato sonrió. El propio Artur Monteiro. La sala del tribunal estalló en un caos de murmullos y asombro. El juez, completamente perplejo, miró al fiscal, luego a Renato y golpeó el mazo. Receso de una hora. Quiero verlo para creerlo. De vuelta en la mansión, el ambiente era de una alegría caótica e incrédula. Arthur estaba despierto, débil, con la voz apenas un susurro, pero lúcido.
Lo primero que vio al abrir los ojos fueron los cuatro rostros rubios de sus hijas, que habían regresado al cuarto y lo rodeaban con los ojos brillantes. No recordaba el paro cardíaco, solo una oscuridad profunda y una canción lejana que lo llamaba de vuelta. Cuando Renato le explicó la situación de la audiencia, Arthur no dudó. Preparen la videollamada. Una hora después, la imagen de Artur apareció en la gran pantalla del tribunal. Estaba pálido, acostado en la cama con oxígeno, pero sus ojos estaban vivos y claros.
Las cuatro niñas lo rodeaban sujetando sus manos. El juez se inclinó hacia el micrófono. Señor Arthur Monteiro, ¿es consciente de lo que está en juego en esta audiencia? Sí, meritísimo. El futuro de mi familia, respondió Artur, la voz débil pero firme. ¿Se siente en condiciones de cuidar a cuatro niñas? Artur no miró al juez en la pantalla. Miró los rostros de sus hijas, a Sofía, con su mirada de pequeña adulta, a Julia, con su alma de artista, a Laura, con su sonrisa radiante y que ahora no dejaba de hablar.
meritísimo”, comenzó su voz ganando fuerza. “Hace unos meses yo era un hombre esperando la muerte en una casa vacía. Tenía un imperio, pero no tenía nada. Hoy soy el hombre más rico del mundo y mi fortuna no tiene nada que ver con el dinero.” Apretó las manos de las niñas. La pregunta no es si tengo condiciones para cuidarlas. La verdad, meritísimo, es lo contrario. Son ellas las que me han cuidado a mí. Ellas me dieron una razón para luchar por cada respiro.
Ellas me enseñaron a vivir de nuevo. No son una carga para un hombre enfermo, son mi cura. Quitarme a ellas ahora sería la única sentencia de muerte que no podría sobrevivir. El testimonio, tan sincero, tan poderoso, silenció el tribunal. El juez miró la pantalla, la imagen de aquella improbable familia. Vio la ley, vio los protocolos y vio la vida y tomó su decisión. Ante el testimonio y la sorprendente recuperación del señor Artur Monteiro y considerando el vínculo afectivo como factor primordial para el bienestar de todas las partes, no solo rechazo la solicitud del Consejo Tutelar,
declaró el juez, con voz resonante, “sino que concedo, con carácter de urgencia especial la adopción definitiva de las menores Sofía, Julia, Laura y Beatriz por parte del señor Artur Monteiro. Los declaro ante esta corte y ante la ley, una familia. Caso cerrado. Una explosión de alegría invadió la biblioteca de la mansión y la sala del tribunal. Habían vencido a la enfermedad, al sistema, a la codicia. Eran una familia. Pero el destino al parecer aún guardaba una última y asombrosa sorpresa.
Una semana después, como parte de la reevaluación de su caso, el Dr. Iván repitió la tomografía de los pulmones de Arthur. Entró a la biblioteca aquella tarde con las placas en la mano y el rostro cubierto por una máscara de perplejidad científica. Arthur dijo colocando las nuevas imágenes en el negatoscopio junto a las antiguas. No sé cómo decirte esto. Llamé a otros dos especialistas para confirmar, porque ni yo mismo lo creía. Arthur y las niñas miraron las imágenes.
La antigua mostraba un pulmón cubierto de manchas blancas y densas. La marca de la fibrosis, la nueva, era diferente. Las manchas aún estaban allí, pero parecían más translúcidas, más pequeñas, como si una niebla estuviera disipándose. No tengo una explicación para esto, Arthur, dijo el médico con la voz llena de asombro. La vigilia de las niñas, tu despertar, no fue el único milagro. El proceso degenerativo de tu enfermedad no solo se detuvo, está retrocediendo. Es médicamente imposible, pero los exámenes están aquí.