Millonaria quedó sorprendida al descubrir quién había tomado su bolsa

Santiago apretó la bolsa contra su pecho. Nada, señor, solo una bolsa de plástico. Mientes eso es caro. Dámelo. Santiago corrió con todas sus fuerzas, sus pies descalzos, pero no se detuvo. Corrió por el mercado, callejones estrechos y por un terreno polvoriento, hasta estar seguro de que nadie lo seguía jadeando. Seguía abrazando la bolsa como si fuera el último recuerdo de su madre.

En otra parte de la ciudad, Valeria se dio cuenta de su pérdida. Al bajar del auto, buscó la bolsa para tomar unos documentos y no la encontró. Miró a su alrededor y preguntó al chóer, “¿Dónde está mi bolsa?” El chóer, confundido, respondió, “¿La traía usted, señora?” Valeria palideció. Recordó haberla dejado en el techo del auto. Ahora estaba perdida.

Los organizadores del evento preguntaban por ella. Los inversionistas esperaban, pero Valeria no podía pensar con claridad. No era solo una bolsa. Contenía documentos confidenciales de una fusión, certificados digitales de la empresa, su pasaporte e identificaciones. La información valía más que la propia bolsa.

Si caía en manos equivocadas, su reputación y negocio podían colapsar en una noche. Ordenó a su asistente contactar a la boutique, revisar cámaras de seguridad y alertar a la policía. Su rostro permanecía calmado, pero en su interior rugía una tormenta. El sol de la tarde se desvanecía. iluminando las calles sucias con un brillo golado que nunca tocaba los corazones de quienes vivían en ellas.

Detrás de los edificios altos y los autos lujosos que pasaban sin mirar, había un mundo invisible para las noticias y las conversaciones de personas como Valeria, el mundo donde Santiago vivía cada día, escondido tras cartones viejos en un rincón del mercado, jadeaba abrazando la bolsa.

Sus manos temblaban, no de miedo, sino de cansancio, hambre y una sensación nueva responsabilidad. Volvió a abrir la bolsa no para tomar nada, sino para buscar pistas. Encontró una tarjeta de presentación de Valeria, directora ejecutiva, con el logo de una empresa que no reconoció, pero que parecía importante. Santiago apenas leía y sabía redar. Había ido a la escuela cuando su madre estaba sana y vivían en un cuarto pequeño con Tejo.

Pero desde hacía dos años la escuela era un sueño perdido. Acarició el nombre en la tarjeta Valeria. No sabía quién era, pero intuía que era alguien importante, rico y que debía estar buscando su bolsa. No sabía a dónde ir. No conocía la dirección en la tarjeta, pero sabía que no pararía hasta devolverla.

La noche caía rápido en esos rincones de la ciudad, trayendo peligros. pandilleros, extorsionadores y policías que despreciaban a los niños de la calle, incluso otros recolectores que podían volverse crueles por algo valioso. Santiago decidió dormir bajo un puente, escondiendo la bolsa bajo su ropa delgada. El frío le calaba los huesos, pero la abrazaba como si fuera el único valioso pele que daba.

en un sueño inquieto, soñó que comía arroz con pollo caliente con su madre, quien le sonreía y le acariciaba el cabello. Su voz suave lo llamaba, pero se desvanecía en la niebla. Despertó con los ojos húmedos, secándolos con el dorso de la mano. Un nuevo día comenzaba y debía moverse. En otra parte de la ciudad, Valeria no durmió.

llamó a decenas de personas, pidió revisar cámaras de seguridad en su ruta, contactó a la policía y ordenó a

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