Cuando los investigadores volvieron a examinar el lugar del accidente, hicieron un descubrimiento escalofriante: la manguera de freno del coche de Emily había sido cortada deliberadamente. Creen que el sedante tenía como objetivo hacerla perder el conocimiento mientras conducía, para que el accidente pareciera real.
La coincidencia de los hechos parecía demasiado perfecta.
Pero nadie había previsto que la supervivencia de la bebé —que la salvó de ser incinerada viva— también podría revelar la verdad. Los investigadores forenses recuperaron el vial del sedante.
Guardadas en el bolso de Emily, las huellas dactilares confirmaron los peores temores de todos.
Pertenecían a Mark.
Ante la evidencia, Mark se derrumbó. En la sala de interrogatorios, le temblaban las manos mientras confesaba. Afirmó que no había querido que las cosas llegaran tan lejos. Estaba ahogado en deudas y aterrorizado de perder su casa. Emily se había negado a vender su herencia para cubrir sus pérdidas. “Se suponía que debía parecer un accidente”, susurró, con lágrimas corriendo por sus mejillas. “No sabía que seguía viva. No sabía nada del bebé”.
La nación que lo había aclamado como un esposo afligido ahora presenciaba su caída con horror. El mismo hombre que había “salvado” a su hija nonata de las llamas casi la había matado dos veces: una intencionalmente, otra por ignorancia.