Mi corazón se hundió. Eso significaba que Shanti escondía algo a su esposo y a sus hijos.
Decidí registrar el pequeño almacén del señor Rajesh. En un cajón antiguo, encontré más paquetes como aquel, con ropa femenina rota: un dupatta, una blusa de sari. Cada papel tenía frases escritas con mano temblorosa: a veces “Cierra la boca”, otras “No confíes en ella”.
Me cubrió el sudor. Era obvio: mi suegro sabía un secreto y trataba de advertirme a su manera.
Esa noche, cuando toda la familia dormía, me acerqué al señor Rajesh. Estaba sentado en el patio, pensativo, bajo la luz amarillenta que iluminaba su rostro cansado. Reuní valor y le mostré los trozos de papel:
—“Baba, necesito saber la verdad. De lo contrario, se volverá loco.”
El señor Rajesh tembló, sus ojos enrojecieron:
—“Rani, ten cuidado. En esta casa… los peligros no vienen de afuera.”
—“¿A qué se refiere?” —susurré.
Él negó con la cabeza, con voz quebrada:
—“Tu suegra, Shanti… ha llevado dos vidas. Por un lado, es una madre y esposa ejemplar. Por el otro… dirige una red clandestina. Las cosas que te di son pruebas de que obligaba a chicas pobres de los barrios bajos a… convertirse en presas.”
Todo mi cuerpo se heló.
El señor Rajesh confesó: años atrás, cuando la familia se trasladó de Lucknow a Delhi, Shanti se había vinculado con traficantes de personas. Fingía dirigir un fondo benéfico para ayudar a mujeres pobres, pero en realidad las estaba atrapando en una red.
Rajesh lo descubrió e intentó detenerla, pero Shanti lo amenazó con arruinar el honor de la familia si hablaba. Él se vio obligado a callar, guardando algunas pruebas en secreto, esperando que algún día la verdad saliera a la luz.
—“No me queda mucho tiempo, Rani. Solo tú puedes proteger a Arjun y al niño. No dejes que Shanti sepa que investigas. Ella es capaz de cualquier cosa…”
Las palabras de Rajesh me atravesaron como un cuchillo. La suegra a la que yo respetaba… se había convertido en un espectro que acechaba a toda la familia.
Esa noche abracé a mi hijo con fuerza, mi corazón golpeando en el pecho. Afuera, escuché el taconeo de Shanti en el pasillo, su sombra proyectada en la pared como un espectro alargado.
Supe que desde ese momento, no era solo la nuera de esta familia, sino la única testigo de un terrible secreto. Y debía elegir: guardar silencio para estar a salvo, o enfrentar a mi propia suegra y arriesgarme a revelar la verdad.