Su mano tembló ligeramente.
“Enviaste dinero durante años. Silenciosa, sin esperar nada. Incluso cuando te ignoré, nunca dejaste de cuidar.
Unos murmullos surgieron en la sala, pero nadie habló en voz alta.
“Nunca dejaste de ser mi hija, Kira. Incluso cuando dejé de ser tu padre.”
La visión de Kira se nubló. Limpiándose las lágrimas, se negó a dejar que cayeran más.
‘Te mantuve informada”, dijo él. “Gerald me habló de la biblioteca, de Renzo. El niño mira al mundo con paciencia, igual que su madre.”
Una sonrisa cansada apareció en sus labios.
“No merezco perdón, pero cambié mi testamento. Ellos no lo saben aún, pero lo sabrán.”
La pantalla se apagó. El silencio era pesado.
“¿Hijo?”, dijo Thomas, aclarando su garganta.
“Según lo estipulado, esa es la explicación”, comenzó.
“Ahora leeremos las asignaciones finales.”
El rostro de Cámara se puso rígido. Jules se bufó. Pero Thomas permaneció calmado
“A mi hija, Kira Land, le dejo la propiedad familiar, su tierra y todo su contenido.”
Un suspiro recorrió la sala. Kira se quedó inmóvil. Renzo apretó su mano.
“Además, Kira recibirá el total de mi cuenta de retiro por un total de $250,000.”
Los ojos de Cámara se abrieron de par en par.
“i¿ Qué?!”
Jules parecía haber recibido un golpe físico.
“A sus hijos, Renzo Lrand, le dejo un fideicomiso universitario de $100,000.”
El aire se volvió pesado.
Thomas pasó a la última página.
“A Cámara y Jules, les dejo mi Biblia, mi brújula y los álbumes de fotos familiares.”
Cámara se levantó como una flecha.
“¿Qué? Esto es una locura”, gruñó Jules.
“Él estaba enfermo. No sabía lo que hacía”, dijo Thomas tranquilamente.