Adentro estaban las escrituras originales de la casa. Las abrí con manos temblorosas. Ahí estaba en letra de notario, claro como el agua. Propiedad ubicada en circuito Juristas 847, fraccionamiento Ciudad Satélite, Naucalpán. Propietaria Beatriz Socorro Mendoza viuda de Torres. Mi nombre, solo mi nombre. Cuando compramos la casa, el notario me explicó que como yo puse el enganche completo, lo más seguro era poner todo a mi nombre primero. Después pueden hacer el traspaso cuando quieran, señora, me dijo. Pero así usted queda protegida por si algo pasa.
Rodrigo estuvo de acuerdo. Es mejor así, mamá. más seguro para ti. Y luego nunca hicimos el traspaso. Él me lo pedía de vez en cuando los primeros meses. Hay que ir al notario, má, a cambiar las escrituras. Pero siempre había algo más urgente. Siempre lo dejábamos para después hasta que dejó de pedirlo. Y yo, consciente o inconscientemente nunca se lo recordé. Ahora entendía por qué. alguna parte de mí, la parte que sobrevivió 42 años de matrimonio, que crió un hijo sola mientras Ernesto trabajaba 12 horas diarias, esa parte sabia que necesitaba protección.
Esa parte me salvó. Guardé las escrituras de vuelta en el sobre, pero no lo puse en la maleta todavía. Primero saqué mi teléfono y marqué un número que tenía guardado desde hacía meses. “Bueno,”, contestó una voz joven y profesional. Mariana, soy tu tía Beatriz. Tía, qué sorpresa. ¿Cómo estás? Mariana era mi sobrina, hija de mi hermana menor, abogada especialista en derecho familiar, 38 años, dos hijos, un divorcio reciente que la volvió feroz en las cortes. “Necesito tu ayuda”, le dije.
“Es urgente. ¿Puedes venir mañana temprano?” Hubo una pausa. Tía, ¿estás bien? Tu voz suena rara. Estoy perfecta. Por primera vez en 3 años estoy perfecta, pero necesito que me ayudes con un asunto legal sobre mi casa. Tu casa. Pensé que vivías con Rodrigo y Valeria. Exactamente. Por eso te llamo. Escuché como Mariana agarraba papel y pluma. Cuéntame todo. Le expliqué la situación en 15 minutos. El enganche, las escrituras, los pagos, la humillación, el mensaje sobre las obras.
Cuando terminé, Mariana silvó bajito. Tía, ¿me estás diciendo que esa casa está completamente a tu nombre y ellos no lo saben? Así es. Y tienes pruebas de todo lo que has invertido, cada recibo, cada transferencia, todo. Dios mío. Escuché como Mariana tecleaba en su computadora. Tía, esto es esto es oro legal. Tienes un caso sólido, solidísimo. ¿Qué puedo hacer? Lo que tú quieras. Puedes desalojarlos, puedes cobrarles renta retroactiva, puedes vender la casa. Legalmente son tus inquilinos sin contrato.
No tienen ningún derecho sobre la propiedad. Sentí como una sonrisa se dibujaba en mi cara. No una sonrisa feliz, una sonrisa de justicia. Mañana a las 8 de la mañana estoy en tu oficina. Aquí te espero, tía, y tráeme todos los papeles, escrituras, recibos, comprobantes, todo. Colgué y respiré profundo. Luego marqué otro número. Bueno, contestó una voz masculina ronca de sueño. Don Héctor, soy Beatriz Torres. Disculpe que llame tan tarde. Doña Betty, ¿qué pasó? Está bien. Don Héctor era mi compadre, notario desde hacía 30 años.
Fue quien hizo el testamento de Ernesto y quien tramitó las escrituras de esta casa. Necesito que revise unos documentos mañana sobre la casa de satélite. ¿Pasó algo? Digamos que voy a hacer valer mis derechos. Escuché como don Héctor se acomodaba en su silla. Rodrigo y su esposa le están dando problemas. Podría decirse así. Ay, doña Betty. Yo le advertí que no transfiriera la casa hasta estar segura. Lo sé, compadre, y tenía razón. Por eso la llamo. Necesito que me asesore mañana a las 10 en mi oficina y traiga todo.