—Eso… eso fue lo que pensé.
A las once de la mañana estaban sentados frente a un asesor financiero que no sonreía.
—La propiedad nunca fue completamente suya —explicó—. El capital inicial, las garantías y el respaldo bancario pertenecían a Margarita Álvarez.
Bella soltó una risa nerviosa.
—¿Tu madre? ¿La señora del vestido aburrido?
El asesor no reaccionó.
—Su madre es una inversora privada desde hace más de treinta años. Discreta. Muy respetada. Y acaba de retirar todo su apoyo financiero.
El mundo de Bella se tambaleó.
—Eso es imposible. Ella apenas hablaba.
—Precisamente —respondió el hombre—. Las personas verdaderamente poderosas no necesitan hablar mucho.
Esa misma tarde, Ricardo llamó a su madre por primera vez desde la fiesta.
—Mamá… —intentó sonar conciliador—. Tenemos un problema.
—Lo sé —respondió Margarita con calma—. Yo lo provoqué.