«Porque esta pulsera fue devuelta. El comprador dijo que no era la talla correcta. Le ofrecimos un cambio y eligió otra, sin grabado y un poco más grande.»
Elena sintió que el mundo se le venía encima.
«¿Así que… primero compró la pulsera con la inscripción para Sveta y luego la cambió?»
«Exacto. Y revendimos la que tenía el grabado después de pulirla.»
Cuando Elena salió, el aire parecía denso como el humo. Un nombre resonó en sus oídos: Sveta.
Caminó por la avenida, aferrada a su bolso, con un torbellino de preguntas en la cabeza.
¿Quién era ella? ¿Por qué la pulsera destinada a ella había acabado en manos de su esposa?
Y, lo más importante, ¿cuántas mentiras se escondían tras ese brillo dorado? Esa noche, Mikhail regresó a casa como si nada hubiera pasado. Alegre, hablador, con un ramo de rosas.
—¿Celebramos algo hoy? —preguntó Elena, intentando mantener la calma.
—Es solo un día bonito —sonrió—. Quiero que estés de buen humor.
Se acercó y la besó en la mejilla, pero Elena no respondió. Sintió un nudo en la garganta. Vio esas líneas ante sus ojos: «Para mi Sveta. M.»
Después de cenar, Mikhail se puso a ver las noticias, y ella, secando los platos, no dejaba de pensar en cómo empezar la conversación. ¿Debía decírselo directamente? ¿O debía esperar un poco?
—Mish —lo llamó desde la cocina—. Y cuando compraste la pulsera, ¿elegiste esta enseguida?
—Sí, creo que sí. ¿Por qué?