Michael rió nervioso. “Ni te atreverías”.
Levanté el móvil y le enseñé las notificaciones del banco: transferencias, confirmaciones, marcas de tiempo. “Ya lo hice”, dije.
Su rostro palideció. “Elena… cariño… podemos arreglar esto. Mi madre no quiso excluirte. Ya sabes cómo es”.
“Sí”, dije en voz baja. “Sé exactamente cómo es. Y sé exactamente cómo eres tú cuando está cerca. Y ya no quiero ser invisible”.
Pasé junto a él hacia la puerta. No me bloqueó. “Por favor, no te vayas”, susurró.
Me detuve, con la mano en el pomo. “Te di años para que me trataras como a un compañero. Le diste a tu madre una noche… y una reservación destinada a mí”.
El aire fresco de la noche me rozó la cara al salir. Por primera vez en años, sentí que mi vida volvía a ser mía. A veces la liberación no llega con fuegos artificiales. A veces, llega con una sola frase: “Ese ya no es tu dinero”.