Pero no me derrumbé. Levanté la cabeza. Porque, a diferencia de él, yo estaba preparada.
El sobre que descansaba en mi sitio no era una solicitud de divorcio. No. Había preparado un arma mucho más afilada, capaz de reducir a nada todas sus mentiras. Esta noche, él creía tener el control. Pensaba ridiculizarme en público. Pero la velada no se desarrollaría como él imaginaba.
La cena se reanudó en un silencio pesado. Nadie tocó la comida. El cordero asado se enfriaba lentamente, el vino permanecía intacto. Solo se oía el zumbido de las guirnaldas.
Michael, presumido, pasó un brazo alrededor de los hombros de Sofía. — Esperamos un bebé en dos meses —anunció orgullosamente—. Un nuevo comienzo… para nosotros.
Sonreí suavemente. No con ternura, sino con firmeza. — Un nuevo comienzo —repetí, como si hiciera un brindis.
Sofía bajó la mirada, incómoda. Irradiaba maternidad, pero su turbación era palpable. Sentía el peso del silencio de mi familia.
Michael, en cambio, se alimentaba de esa tensión. Clavó sus ojos en los míos. — Olivia, es hora de dejar de fingir. Sofía lleva a mi hijo. Es hora de que todos lo acepten.
Respiré profundamente, deslicé mi mano bajo la servilleta y saqué el sobre. Lo puse delante de él, sin temblar. — ¿Qué es esto? —preguntó él con sorna. — Ábrelo.
Rompió el sobre, esperando… ¿qué? ¿Una solicitud de divorcio? ¿Una rendición? Pero cuando sus ojos recorrieron la primera página, su rostro se quedó sin sangre. — Esto… es imposible… —balbuceó.
— Es muy real —respondí con voz firme y clara, para que todos oyeran—. Son los resultados del especialista en fertilidad que consultaste hace seis meses. No sabías que los había encontrado. No sabías que yo misma hablé con el médico. Y según estos análisis, eres médicamente estéril.