Mi HIJO OLVIDÓ COLGAR… ESCUCHÉ LO PEOR — y entonces TOMÉ la decisión que cambió nuestras vidas para siempre…

Sí, ya está. Pero sigue insistiendo con quedarse en esa casa. Era la voz de Roberto. Mi Roberto, el niño que yo había criado, al que le había cantado canciones de cuna, al que había curado las rodillas raspadas, al que había ayudado con las tareas del colegio hasta altas horas de la noche. Mi hijo estaba ahí hablando de mí como si fuera un estorbo. Bueno, pues va a tener que entender que no puede quedarse ahí para siempre. Roberto, esa casa vale una fortuna.

Ahora está en la zona rosa, tiene ese terreno enorme atrás y con el boom inmobiliario el valor debe haber subido como espuma. Marina hablaba con una frialdad que me atravesó como un cuchillo. Esa casa, mi casa, la casa donde Fernando y yo habíamos sido felices, donde habíamos plantado juntos el limonero que ahora daba sombra a toda la terraza, donde cada rincón tenía una historia, cada marca en la pared un recuerdo de mis hijos creciendo. Lo sé, Marina, pero tampoco puedo simplemente echarla de su propia casa.

No se trata de echarla, mi amor, se trata de ser inteligentes. Tu mamá ya está grande, vive sola, cualquier día se puede caer, se puede quemar la casa, se puede olvidar la estufa prendida. Es peligroso para ella y es una preocupación constante para nosotros. Mentira. Todo mentira. Yo estaba perfectamente bien. Sí, tenía diabetes e hipertensión, pero controladas con medicamentos. Sí, a veces se me olvidaban las llaves o no recordaba dónde había puesto los lentes, pero eso le pasa a cualquiera.

Nunca había tenido un accidente doméstico grave, nunca había dejado la estufa prendida, nunca había sido una carga para nadie. Además, continuó Marina y su voz tomó un tono más calculador. Piénsalo bien. Con lo que vale esa casa podríamos comprar algo más grande para nosotros. Los niños están creciendo. Sebastián ya necesita su propio cuarto y Valeria también. Podríamos buscar algo con piscina en un conjunto cerrado con seguridad las 24 horas. Pero Marina, es la casa de mi mamá.

Era la casa de tu mamá y tu papá. Pero tu papá ya murió, Roberto. Y tu mamá, seamos realistas. ¿Cuántos años más va a vivir? Cinco. 10 si tiene suerte. Y mientras tanto, esa fortuna en bienes raíces está ahí desperdiciándose cuando nosotros la necesitamos ahora que estamos criando a nuestros hijos. Las lágrimas empezaron a rodar por mis mejillas. Cuántos años más iba a vivir. Hablaba de mí como si fuera un estorbo temporal, como si mi muerte fuera solo una cuestión de tiempo que había que esperar con paciencia.

Mira, siguió Marina y pude escuchar cómo se movía por la casa, probablemente preparándose un café o arreglando algo, como si esta conversación sobre mi futuro fuera la cosa más normal del mundo. Yo ya averigüé todo sobre Villa Esperanza. Es perfecto para ella. Tiene servicio médico las 24 horas, actividades para mantenerse activa, gente de su edad con quien hablar. va a estar mucho mejor cuidada que viviendo sola en esa casa enorme. No sé, Marina, se me hace muy duro.

Roberto, por favor, tu mamá está viviendo en el pasado. Esa casa es demasiado grande para una sola persona. Tiene tres recámaras, dos baños completos, sala, comedor, cocina integral, lavandería, terraza y ese jardín gigantesco que ya ni puede mantener. Es un desperdicio total. Era cierto que ya no podía podar los rosales como antes, que el jardín había perdido algo de su antigua gloria desde que Fernando murió. Él era el que se encargaba de las plantas mientras yo me dedicaba a la cocina y el interior de la casa.

Leave a Comment