Intentó abalanzarse sobre los papeles, pero la mirada gélida de la abogada y mi inmovilidad lo detuvieron. —Ya es tarde, Marcos —dije—. La transferencia es efectiva desde hace diez minutos. Legalmente, ya no tienes nada. Ni casa, ni herencia, ni madre a la que explotar. El mantel de encaje está limpio, pero tu futuro aquí se ha manchado para siempre.
El comedor quedó en un silencio sepulcral tras mis palabras. Marcos, al ver que la violencia y los gritos no surtían efecto, cambió radicalmente de estrategia. Es lo que hacen los manipuladores cuando pierden el control. Se dejó caer de rodillas, con lágrimas brotando de sus ojos, y empezó a suplicar. Me decía “mamita”, me recordaba cuando lo llevaba al parque, juraba por su vida que el golpe de anoche fue un accidente, que estaba estresado, que cambiaría.
Verlo así, arrastrándose, me partió el corazón en mil pedazos. El instinto maternal gritaba que lo abrazara, que rompiera los papeles, que le diera otra oportunidad. Pero entonces me toqué la mejilla, todavía sensible, y recordé el miedo. Sabía que si cedía ahora, la próxima vez no sería una bofetada, sino algo peor. El amor verdadero a veces significa dejar caer a quien amas para que aprenda a levantarse solo.
La señora Ortega miró su reloj de muñeca y rompió el drama con su voz profesional. —Señor, dado que esta propiedad ya pertenece a la fundación, y en vista de los antecedentes de agresión que su madre ha documentado, tiene exactamente cuarenta y cinco minutos para recoger sus efectos personales y abandonar el inmueble. Hay una patrulla de policía avisada y esperando a dos calles, por si fuera necesaria su intervención para el desalojo.