Un silencio largo cayó entre nosotros.
—¿Vas a decirle a Lucía que piensas que soy peligroso? —preguntó con un hilo de voz.
Me acerqué y negué con firmeza.
—No. Porque no lo creo. Y porque ella te adora. La psicóloga explicó todo. Fue un dibujo mal interpretado, una frase mal formulada, una caída real… y adultos demasiado rápidos en imaginar horrores.
Diego respiró hondo.
—Necesitaré tiempo —admitió—. Y quizás nunca vuelva a ser igual. Pero quiero seguir siendo parte de su vida.
Lo abracé. No como hermana justificándose, sino como alguien que reconoce su error más profundo.
Esa noche, mientras acostaba a Lucía, ella me preguntó:
—Mamá, ¿puedo ir al parque este fin de semana otra vez?
La miré, recordando todo lo que su inocente frase había desencadenado.