Mi hija de seis años le dijo a su maestra que “le dolía al sentarse” y dibujó una imagen que hizo que la profesora llamara a la policía. Su tío se convirtió rápidamente en el principal sospechoso, y yo estaba convencida de que mi familia estaba a punto de desmoronarse… hasta que la policía analizó una mancha en la mochila de mi hija. El sheriff me miró y dijo:

Un silencio largo cayó entre nosotros.

—¿Vas a decirle a Lucía que piensas que soy peligroso? —preguntó con un hilo de voz.

Me acerqué y negué con firmeza.

—No. Porque no lo creo. Y porque ella te adora. La psicóloga explicó todo. Fue un dibujo mal interpretado, una frase mal formulada, una caída real… y adultos demasiado rápidos en imaginar horrores.

Diego respiró hondo.

—Necesitaré tiempo —admitió—. Y quizás nunca vuelva a ser igual. Pero quiero seguir siendo parte de su vida.

Lo abracé. No como hermana justificándose, sino como alguien que reconoce su error más profundo.

Esa noche, mientras acostaba a Lucía, ella me preguntó:

—Mamá, ¿puedo ir al parque este fin de semana otra vez?

La miré, recordando todo lo que su inocente frase había desencadenado.

Leave a Comment