Mi esposo tomó a escondidas mi tarjeta bancaria para llevar a su amante de viaje, pero al llegar al aeropuerto, el oficial de migración declaró fríamente una frase que los dejó a los dos paralizados…

Mientras tanto, llamé en secreto a una amiga que trabaja en el aeropuerto, pidiéndole que revisara la información de su vuelo. Poco después me confirmó: Carlos había comprado boletos a Cancún, con salida al mediodía.

Decidí ir al aeropuerto. No quería causar un escándalo, solo quería presenciarlo con mis propios ojos, para que no pudiera negarlo después.

Tal como sospechaba, lo vi aparecer de la mano de una joven vestida a la moda, radiante, como si fueran una pareja feliz. Mis manos se apretaron con fuerza, conteniendo la rabia.

Cuando terminaron el check-in y estaban a punto de pasar por migración, de pronto un agente los detuvo. Su voz sonó fría y firme:
—Lo siento, pero la tarjeta usada para comprar estos boletos presenta indicios de fraude. Necesitamos que ambos nos acompañen a la oficina para aclarar la situación.

Carlos se quedó helado, sin color en el rostro. La joven lo miró asustada:
—¿Qué pasa? ¿No me dijiste que todo estaba arreglado?

Yo me acerqué y, con calma, dije:
—Esa tarjeta es mía. Él la tomó sin permiso para llevarte de vacaciones.

El área entera se agitó. La gente nos miraba con desprecio, murmurando.

Carlos apenas alcanzó a balbucear:
—Yo… yo solo quería darle un viaje, no tenía mala intención…

Yo solté una carcajada amarga:
—¿Sin mala intención? ¿Y robarle a tu esposa y a tu hijo para disfrutarlo con tu amante?

No pudo responder. El agente de migración le hizo firmar un acta, informándole que el caso podría ser remitido a la fiscalía por uso indebido de cuenta bancaria.

La joven, al escuchar aquello, lo miró con furia y gritó:
—¡Me dijiste que eras rico, y resulta que todo era el dinero de tu esposa! ¡Me engañaste!

Y lo dejó ahí, abandonándolo en plena vergüenza.

Lo miré una última vez y, aunque sentí dolor, también sentí decisión:
—Desde hoy, entre nosotros no queda nada. Encárgate tú de tus consecuencias.

Di media vuelta y me fui, dejando atrás su mirada suplicante.

Ese día lloré, pero también me sentí libre. Comprendí que un hombre capaz de traicionar la confianza de su familia y gastar el dinero de su esposa con otra, no merece ser perdonado.

Volví a casa, abracé fuerte a mi hijo. Él sonrió inocente, sin saber nada. Y me prometí a mí misma que a partir de ahora viviría con más fuerza, entregándole todo mi amor solo a él.

La vida puede quitarte a un mal esposo, pero jamás debes perder tu dignidad ni la fe en ti misma.

Leave a Comment