Mi esposo siempre llevaba a los niños a casa de su abuela hasta el día en que mi hija me confesó que todo eso era una mentira.

Al día siguiente, fui yo quien invitó a Svetlana y a Lilia a casa. Si iban a formar parte de nuestras vidas, quería conocerlas bien.

Al principio, Lilia se mostró tímida, aferrada a su madre. Pero Ana y Vanya se pusieron a jugar con ella como si se conocieran de toda la vida. En pocos minutos ya construían una torre de bloques, riendo juntos.

Svetlana y yo nos sentamos en la cocina. Al principio fue incómodo, pero pronto la conversación fluyó. No era una enemiga, sino una madre que había hecho lo imposible por su hija. Solo quería darle una familia.

Los meses pasaron. No fue fácil. La confianza no se reconstruye en un día. Pero ahora, Lilia viene cada sábado, y los niños la adoran.

Mijaíl y yo seguimos trabajando en nuestra relación. No he olvidado, pero estoy aprendiendo a perdonar. Ya no hay secretos.

Ahora, cada sábado vamos juntos al parque.
Sin mentiras.
Sin códigos.
Solo nosotros.
Una familia.

Leave a Comment