Mi esposo me empujó a la piscina el día de nuestra boda, y lo que hizo mi padre dejó a todos impactados.

—La fiesta continúa. Pero no celebramos un matrimonio roto, sino la dignidad de mi hija y la unión de una familia que siempre estará a su lado.

La música volvió a sonar, los invitados se levantaron de sus sillas y comenzaron a bailar. Algunos me abrazaban y decían que había tenido la suerte de ver el verdadero rostro de Dylan antes de cometer el error de seguir con él.

Yo, envuelta en la chaqueta de mi padre, sonreí por primera vez esa noche. No era la boda que había soñado, pero sí fue el día en que descubrí quién me amaba de verdad y quién nunca me dejaría caer.

Dylan salió del jardín solo, bajo la mirada de todos, sin risas, sin amigos, sin esposa.

Mientras tanto, yo bailaba con mi padre, agradecida de que en el peor momento de mi vida, él supo darme la fuerza para renacer.

Ese día comprendí que los matrimonios pueden cancelarse, pero la dignidad de una mujer no se negocia.

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