Lo sé. ¿Y eso no te asusta? Se acercó y tomó mis manos. Claro que me da miedo. Pero, ¿sabes qué me da más miedo? ¿Qué? La idea de que pases el resto de tu vida escondiéndote de un hombre que ni siquiera merece caminar en el mismo suelo que tú. Antes de poder responder, sonó el timbre. Debe ser mi padre”, dijo Santiago mientras se dirigía al intercomunicador. “Ya Palermo está a 10 minutos y cuando se trata de justicia no pierde el tiempo.” Unos minutos después, un hombre canoso entró en el apartamento.
Era claramente el padre de Santiago. La misma altura, la misma complexión, la misma intensidad en la mirada. vestía un impecable traje oscuro y llevaba un maletín de cuero. Valentina, dijo extendiendo la mano. Soy Eduardo Herrera. Es un placer conocerte, aunque desearía que fuera en mejores circunstancias. Señor Herrera, por favor, llámame Eduardo. Traje conmigo al doctor Martínez, nuestro abogado, y a Carlos, quien estará a cargo de la seguridad. Miré a los dos hombres que entraron detrás de él.
El abogado era joven, quizá de 40 años, con aire serio y competente. El guardia de seguridad era claramente un ex policía, mirada atenta, porte militar. Valentina, continúe, Eduardo. Sé que todo esto debe ser abrumador, pero quiero que sepas que no estás sola. Gracias. Santiago me contó tu historia y quiero que sepas que eres una mujer muy valiente. No me siento valiente. La valentía no consiste en no tener miedo. Se trata de hacer lo correcto, incluso cuando tienes miedo.
El doctor Martínez se acercó. Señora Morales, antes de ir a la policía, necesito explicarle lo que va a pasar. Su declaración reabrirá oficialmente el caso contra Diego Santa María. Esto significa que necesitará protección, pero también significa que él hará todo lo posible por desacreditarla. ¿Cómo? Puede intentar exponer aspectos de tu vida privada, cuestionar por esperaste dos años para hablar, sugerir que estás mintiendo por dinero o por venganza. Sentí que el desánimo se apoderaba de mí. Entonces, quizás sea mejor.
No, no, me interrumpió Santiago. Lo decidiste anoche y te vi tomar esa decisión. Vi a la mujer fuerte regresar. No dejes que el miedo gane ahora. Eduardo asintió. Mi hijo tiene razón. Y además no enfrentarás esto solo. Nos aseguraremos de que tengas la mejor representación legal posible. Miré a los cuatro hombres que me rodeaban. Hace 48 horas era una camarera invisible. Ahora estaba rodeada de gente poderosa dispuesta a luchar por mí. De acuerdo”, dijo finalmente vamos a la policía.
Y por primera vez desde que desperté sonreí porque me di cuenta de que no solo iba a dar una declaración, estaba recuperando mi vida. Perfecto. Reescribiré el clímax eliminando la propuesta y haciendo que Santiago sea quien lo mencione de una forma más natural y romántica. La comisaría del centro de Buenos Aires solía a café fuerte y desinfectante. Eduardo, el doctor Martínez y Carlos esperaban afuera mientras Santiago me acompañaba a la entrevista. La investigadora a cargo, una mujer de mediana edad llamada Inspectora González, tenía una mirada amable pero decidida.
“Señora Morales”, dijo ajustando la grabadora sobre la mesa. “Sé que no es fácil, pero necesito que me lo cuente todo desde el principio. Respiré hondo y empecé. Le conté sobre Diego, sobre los meses de acoso, sobre aquella terrible noche después de La Traviata. Me temblaba la voz al describir el ataque, pero no me detuve. Le hablé de la botella, de la sangre, de la amenaza que me hizo desaparecer durante dos años. La cicatriz que le hice, dijo mirando al inspector, debe ser visible todavía hoy.