Sin vestido de gala ni diamantes. Un sencillo vestido blanco, limpio, el pelo suelto, un rostro sereno, una mirada que ya no pedía permiso. Cruzó la habitación, recta, sus pasos resonando en el mármol como un metrónomo. En su mano, una gran caja de regalo impecablemente atada. Subió al escenario sin prisa y le entregó el paquete a Chloe, con una sonrisa educada en los labios.
“Todo lo mejor”, dijo con voz clara. “Aquí está mi regalo. Lo recordarás”.
Se hizo el silencio de repente. Chloe, con manos temblorosas, tiró de la cinta y levantó la tapa.
Fajos de documentos se deslizaron como una avalancha ordenada: escrituras de propiedad, contratos de cesión, acuerdos firmados, rubricados y con sello de tiempo. El rostro de Richard palideció al instante; reconocía cada página.
“Todo lo que ostenta hoy”, comenzó Laura sin alzar la voz, “lo construí con mis turnos de noche, mis ahorros y mi fe. Esta semana, vendí lo que aún poseía: acciones, valores, opciones. Todo fue transferido a su competidor directo. Solo le queda su sonrisa y… qué hará con ello después de esta noche”.
La sala se quebró. Los susurros se espesaron, transformándose en movimientos claros: teléfonos sacados de las chaquetas, mensajes de voz zumbando, inversores palideciendo, tomadores de decisiones escabulléndose. Se hicieron llamadas, miradas penetrantes evaluaban la inminente caída. Algunos invitados negaron con la cabeza con disgusto, otros se fueron sin decir palabra, ya en otro lugar.
Richard quiso hablar, pero sus labios solo formaron un susurro ronco. “Esto… esto no es legal…”
“Es irreprochable”, interrumpió Laura, “y lo sabes”. Siempre te han gustado los papeles; yo también, ¿sabes?
Chloe aferró las hojas de papel como si ardieran. Su sonrisa vidriosa se quebró.
Laura dirigió una última mirada a Richard, en la que había más lucidez que ira. “No puedes enterrarme con una mentira, Richard. Cambiaste la lealtad por un telón de fondo. El telón se está desmoronando; la factura te esperaba.”
Se oyeron varias rondas de aplausos, titubeantes al principio, luego más firmes, como gotas antes de un chaparrón. Laura bajó del escenario, tapó la caja vacía con mano firme y se dirigió hacia la salida. Sus tacones resonaron.