Valentina Serguéievna no los reconoció ni por un segundo. “¿Quién es?” Víctor siseó. “¿Invitaste a uno de tus socios y no le avisaste?”
Pero el hombre caminó directo hacia ellos.
Se detuvo frente a ella, inclinando ligeramente la cabeza.
“Buenas noches, mamá”, dijo con seguridad y calma. “Soy Roman”.
A Valentina Serguéievna se le encogió el corazón. Varios invitados se quedaron paralizados por la sorpresa.
Y con tenedores en las manos. Víctor se quedó paralizado, como si alguien hubiera pulsado pausa. Denis incluso dejó caer el tenedor en el plato.
Era su hijo.
Pero no el chico encorvado y confundido que había echado hacía once años.
Este era un hombre diferente.
Completamente diferente.
Roman se giró hacia la mujer.
“Esta es Ksenia. Mi esposa. Y nuestro hijo, Lev.”
Ella asintió suavemente, pero había más dignidad en sus movimientos que la mitad de las mujeres presentes.
Confianza. Tranquilidad. Una mirada que no pedía permiso. Que no ponía excusas.
Su silencioso “tonto del pueblo” había desaparecido. Sin dejar rastro.
Y eso dejó a Valentina Serguéievna sin aliento.
5
Se hizo el silencio. Ese mismo olor denso y desagradable que no se puede disipar con un brindis ni con música.
Víctor fue el primero en derrumbarse.