Se levantó despacio, acomodándose los lentes, sin creer lo que veía. La pequeña Mariana, en pijama y con mochila, temblando de frío afuera. “Niña, ¿qué haces aquí a estas horas?”, preguntó abriendo la caseta. ¿Te escapaste de tu casa? Mariana corrió hacia la reja aferrándose a los barrotes. Por favor, llame a la maestra Lucía. No quiero volver allá. Él entró otra vez. Entró a mi cuarto. Las palabras salieron entre soyosos, desgarrando el corazón del viejo portero. No lo pensó dos veces.
Tomó el teléfono de guardia y marcó el número de Lucía que vivía a unas cuadras. Maestra. Perdón por despertarla, pero Mariana está aquí en la escuela. Sí, ahora mismo, en plena madrugada, dice que no quiere volver a su casa. Minutos después, Lucía llegó apresurada con un abrigo encima del pijama. Al ver a la niña aferrada a la reja, se arrodilló de inmediato. “Mariana”, exclamó jalándola hacia sus brazos. “Dios mío, ¿qué pasó?” Entró otra vez. “Ya no lo aguanto, maestra.
No me mande de regreso”, lloró la niña. Lucía respiró hondo tratando de contener sus propias lágrimas. Tomó el celular y llamó a la policía ahí mismo, sin dudar. “Habla maestra Lucía. La alumna que denuncié está conmigo ahora en la escuela. Se escapó de su casa en la madrugada. dice que el abuelo volvió a entrar en su cuarto. Necesitamos una patrulla de inmediato. Mientras esperaban la llegada de la policía, el portero trajo una cobija y una botella de agua.
Mariana se acurrucó en el regazo de la maestra, encontrando por fin un poco de alivio. Cuando las luces de la patrulla iluminaron la calle, Lucía supo que ya no había marcha atrás. La huida desesperada de Mariana era la prueba viva de que la niña corría un peligro real. Y ahora ni Rosa, ni Carmen, ni Rogelio podrían seguir diciendo que todo era imaginación. Mientras Mariana buscaba refugio en los brazos de la maestra y la policía ya se dirigía a la escuela.
En la casa la madrugada seguía pesada. Rosa despertó sobresaltada con el timbre insistente del teléfono. Era la policía informando que su hija había sido encontrada sola en la escuela, llorando pidiendo ayuda. La voz de la gente fue seca y directa. Estamos llevando a la niña a la unidad. Usted debe presentarse de inmediato. El suelo pareció desaparecer bajo sus pies. corrió al cuarto de Esteban, que ya despertaba con el ruido. “Mariana se escapó de la casa”, dijo con la voz quebrada.
Esteban se levantó de un salto, los ojos desorbitados de furia y desesperación. “Te lo advertí, Rosa, te dije que ella corría peligro aquí adentro.” Antes de que respondiera, pasos firmes sonaron en el pasillo. Rogelio apareció con la misma postura imponente de siempre, acomodándose el pantalón de pijama como si fuera el dueño de la casa. ¿Qué son esos gritos? La niña seguro volvió a hacer drama. regresará pronto, no hay motivo para tanto alboroto. Las palabras fueron gasolina al fuego.
Rosa, con la memoria fresca de la madrugada anterior perdió el control. Drama. Ella se escapó en plena noche, papá. 7 años sola en la calle. Eso no es drama, es desesperación. Rogelio intentó mantener el tono calmado, pero su voz ya cargaba impaciencia. Rosa, siempre fuiste exagerada desde niña. Ahora dejas que esa maestra te meta ideas en la cabeza. No, papá! Gritó golpeando la mesa con la mano. Lo vi con mis propios ojos. Lo vi entrar al cuarto de ella aquella noche.
Vi el miedo en la mirada de mi hija. Esteban avanzó, el rostro encendido de rabia. Y ahora, ¿qué vas a decir? Que también era para taparla. Eres un cobarde, Rogelio, un cobarde que se esconde detrás de la confianza de su propia familia. El viejo respiró hondo, pero la máscara se resquebrajó. La sonrisa paternal desapareció, dando lugar a una mirada oscura. Cuidado con tus palabras, muchacho. Esta casa existe porque yo la mantengo. Si quiero, mañana mismo se quedan en la calle.
Rosa lloraba, el cuerpo entero temblando. No importa el dinero, no importa la ayuda. Nunca más voy a dejar que te acerques a ella. Nunca más. Rogelio se acercó a la hija con el dedo en alto, la voz cargada de odio. Te vas a arrepentir de escupir en el plato que comiste toda tu vida. Sin mías nada. Esteban lo empujó hacia atrás, rompiendo el último hilo de silencio. Basta. Esa niña no es tuya y ahora la policía ya lo sabe.
Ya no sirve fingir. La tensión se apoderó de la sala. Rosa soyosaba recargada en la pared como si todo el peso de la negación hubiera caído de golpe. Rogelio, con el orgullo herido, golpeaba la mesa con los ojos encendidos. Están destruyendo esta familia”, gritó golpeando el puño cerrado. “Me están difamando.” En ese momento, el teléfono volvió a sonar. Esteban contestó. La voz de la gente sonó firme del otro lado. “Señor Esteban, ya informamos al juzgado de menores.
El DIF fue notificado. Necesitamos que la familia esté preparada. ” Esteban colgó lentamente con la mirada fija en el suegro. Ya llamaron al consejo. Se acabó Rogelio. Ahora ya no es solo entre nosotros. El viejo guardó silencio unos segundos. Luego sonrió de lado un gesto frío sin vida. Volvió al cuarto de visita sin decir palabra, dejando trás de sí el rastro de miedo y destrucción, que al fin empezaba a salir a la luz. En la sala Rosa cayó de rodillas, abrazándose a sí misma.
Estebán la ayudó a levantarse, pero sabía que ese confronto era apenas el inicio de una batalla mucho más grande. La familia ya estaba rota y ahora entraba en escena la justicia. La mañana siguiente amaneció pesada, cargada por un silencio que parecía asfixiar la casa. Poco después de las 8, una patrulla se detuvo frente al portón acompañada de un auto del DIF. El sonido del timbre retumbó como sentencia. Esteban abrió la puerta con expresión cansada. Rosa estaba sentada en el sillón, pálida, con los ojos hinchados de tanto llorar.