MADRE SOLTERA DE CUATRO HIJOS DEJÓ ENTRAR A UN EXTRAÑO empapado en su pequeña casa; AL DÍA SIGUIENTE, ÉL CAMBIÓ SU VIDA PARA SIEMPRE

De una granja y terreno en las afueras del pueblo. Valía cientos de miles. Pagada. Suya, si la quería.

“Iba a venderla”, dijo Arthur en voz baja. “Pero he vivido solo durante demasiado tiempo. Y anoche… Me recordaste lo que se siente en casa. Me protegiste cuando nadie más lo hizo. Ese tipo de amabilidad lo merece todo”.

Angelina se cubrió la boca, las lágrimas brotaron de sus ojos. “No puedo aceptar esto”.

“Debes hacerlo”, dijo con una sonrisa. “Pero con una condición”.

Ella levantó la vista, aturdida.

“Véndeme esta casa por $1”, dijo. “Así siempre tendré un lugar al que volver cuando extrañe el sonido de la risa”.

Y lo hizo.

Esa misma semana, Angelina y sus hijos se mudaron a la hermosa casa de campo, con manzanos, un granero rojo y espacio para respirar. Los niños corrían por los campos, gritando de alegría. Por fin tenían espacio, comodidad y la oportunidad de una nueva vida.

Arthur se mudó a la casita que había “comprado” por un dólar y visitaba a los niños cada fin de semana. Lo llamaban “Abuelo Arte”. Les construía juguetes de madera, les enseñaba a plantar tomates y les leía cuentos bajo las estrellas.

Y cada vez que alguien le preguntaba por qué lo regalaba todo, simplemente sonreía y decía:

“Porque cuando alguien te da amor gratis, es justo devolverlo multiplicado por diez”.

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