“Mamá”, era la voz de Matías, temblorosa, confundida. Luego se oyó a Mateo tosiendo y murmurando con pánico. El corazón de Fabiana latió tan fuerte que sintió que le estallaría el pecho. De alguna forma, sus hijos también estaban allí vivos. Con esfuerzo, logró mover su brazo derecho y notó algo en el bolsillo de su vestido, un celular.

La pantalla se encendió con el contacto y al desbloquearse apareció un video ya en reproducción. Una voz distorsionada les hablaba con urgencia. Están a salvo. Hay oxígeno en el ataúd. Pónganse las mascarillas ahora. Justo entonces notaron dos tubos conectados a pequeñas bombonas de aire y máscaras de silicona colgando sobre sus cabezas.
Fabiana, sin pensar, colocó una a cada niño y luego a sí misma. No había tiempo para preguntas. Minutos después, mientras los tres intentaban calmar su respiración, comenzaron a oír ruidos sordos encima de ellos, pasos, palas golpeando la tierra y finalmente el chirrido de la tapa del caúd al ser removida, una luz intensa los cegó por un instante.
Hombres encapuchados, vestidos de negro, lo sacaron con rapidez, sin decir una sola palabra. Fabiana gritaba, suplicaba por respuestas, pero nadie respondía. Fueron subidos a una camioneta sin placas y conducidos durante horas en completo silencio. Los niños, abrazados a su madre, no sabían si estaban vivos o atrapados en una pesadilla.
Finalmente llegaron a una casa alejada, rodeada de árboles y sin vecinos a la vista. Dentro, Fabiana fue separada por un momento de los gemelos, encerrada en una habitación donde empezó a golpear la puerta con desesperación. Por favor, díganme qué está pasando. Somos víctimas, no delincuentes, gritaba entre soyosos.
Y entonces la puerta se abrió y apareció un rostro que nunca esperó ver en ese contexto. Era Violeta, su madre, viva, entera y con una expresión que lo decía todo. Fabiana quedó paralizada. Ver a su madre allí, serena y sin una sola señal de angustia, le produjo una mezcla de alivio y confusión. Mamá, ¿qué está pasando? ¿Estás viva? ¿Esto es un secuestro? Violeta no respondió de inmediato.
Caminó hacia ella, la abrazó con fuerza y le susurró, “Estás a salvo, hija? Estás viva porque así lo planeé. Tenía que hacerlo.” Fabiana se apartó incrédula, como si no pudiera asociar esas palabras con la mujer que la crió. “¡Qué hiciste? Nos enterraste vivos”, gritó descompuesta. Violeta la tomó del rostro con suavidad y le dijo con una firmeza inesperada, “Lo hice para salvarte a ti y a los niños.
Moisés intentaba matarte. Esta era la única forma de desenmascararlo y de protegerlos. Fabiana sintió que el mundo se tambaleaba de nuevo. El nombre de Moisés, su esposo, el padre que sus hijos conocían como tal, se volvió de pronto sinónimo de amenaza. No, eso no puede ser cierto. Él me ama. Él los ama, murmuró. Pero la mirada de su madre no dejaba lugar a dudas.
Él nunca los amó, Fabi. Solo amaba lo que podías darle. Violeta entonces comenzó a explicar todo. Meses antes había descubierto por accidente conversaciones grabadas en un viejo teléfono que Moisés olvidó en su casa. En ellas hablaba con una mujer más joven con quien mantenía una relación en secreto.
La amante, frívola y ambiciosa lo presionaba para que se deshiciera de Fabiana. Tu mujer no te dejará nada si la dejas, pero si muere, todo será tuyo.” Decía la voz femenina. Fabiana temblaba al escuchar los audios que Violeta había traído consigo y reproducía uno a uno. La evidencia era irrefutable.
En uno de ellos, incluso, Moisés se burlaba del testamento y del padre biológico de los gemelos, confesando que lo había envenenado años atrás para quedarse con la familia entera. “Ya se fue uno, solo faltan tres”, decía con tono de burla. La traición era tan profunda que Fabiana tuvo que sentarse para no desmayarse. Sus hijos estaban durmiendo en la habitación contigua, ajenos a la verdad brutal que acababa de estallar en la sala.
Y lo peor, todo había ocurrido delante de sus narices durante años. ¿Te parte? Entonces, no te vayas sin suscribirte. Este canal necesita de tu apoyo para seguir contando verdades como esta. Fabiana tardó horas en procesar todo. Pasó de la incredulidad al llanto, del llanto a la rabia y de la rabia a una determinación que nunca antes había sentido.
No podía permitir que ese hombre siguiera libre, fingiendo ser un padre y un esposo amoroso mientras escondía tantos crímenes. ¿Y qué planeas hacer ahora?, preguntó entre lágrimas. Violeta le mostró un cuaderno lleno de anotaciones, fechas, nombres de cómplices y detalles de cada paso que había tomado para orquestar el engaño de la muerte.
Tengo todo lo que necesitamos para atraparlo. Solo falta que tú decidas si quieres hacerlo. En ese instante, Fabiana supo que no había vuelta atrás. Aún con el corazón roto, aceptó. Vamos a desenmascararlo, mamá. Por mis hijos, por mi padre. Y por mí, Violeta asintió y juntas comenzaron a trabajar en un plan que parecía sacado de una película.