Porque la oscuridad ya no era una amenaza, era apenas el preludio de otro día lleno de posibilidades. Un sábado por la mañana, la familia decidió hacer una limpieza profunda en la casa. Era una actividad que se había vuelto rutina, música alta, risas y cada uno asignado a una tarea. Mientras Matías y Mateo reorganizaban sus estanterías, encontraron una caja marcada con rotulador, prohibido abrir antes de los 18. Se miraron, se rieron y fueron corriendo hacia Fabiana.
“Podemos hacer una excepción, ya estamos cerca”, dijeron con picardía. Fabiana dudó un momento, pero al verlos tan seguros asintió. Violeta los reunió a todos en el living, abrió la caja con manos temblorosas y comenzó a mostrar uno por uno los objetos guardados, dibujos, notas, recortes, copias de audios y fotos que contaban, pieza por pieza la historia que los había transformado.
No hubo lágrimas, sino silencios respetuosos, miradas profundas y sonrisas agradecidas. Los niños ya no eran tan niños y al ver con ojos de casi adultos todo lo que habían atravesado, comprendieron la magnitud del amor que los había rescatado. Esa noche, después de cerrar la caja y devolverla a su lugar, Fabiana se sentó sola en el porche con una taza de té entre las manos. Miró el cielo estrellado y pensó en todo lo que había cambiado desde aquel día de cumpleaños.
Había pasado por el infierno. Sí. Había sido enterrada viva, traicionada, engañada por alguien en quien confiaba ciegamente. Pero también había sido salvada, no solo por su madre, sino por algo aún más fuerte. Su propio instinto, su amor por sus hijos, su deseo irrenunciable de seguir viva.
Sintió el peso de los años, pero no como una carga. Era el peso de una historia vivida, contada, compartida y ahora, finalmente comprendida. cerró los ojos y respiró hondo, sabiendo que la vida no se medía en los golpes recibidos, sino en cómo se elige seguir después de cada uno. Y ella había elegido bien.
Con los gemelos ya adolescentes, la familia comenzó a imaginar un nuevo proyecto, una fundación dedicada a mujeres que como Fabiana habían sido silenciadas, ignoradas o puestas en peligro dentro de sus propios hogares. La llamaron Respira en honor a aquel primer suspiro bajo tierra cuando creyó que todo había terminado, pero en realidad recién comenzaba. Fabiana se convirtió en la directora, Violeta en la mentora.
Andrés ofrecía talleres de escritura para reconstruir relatos personales y los niños, ahora con voz propia, diseñaban campañas para redes sociales con mensajes de prevención y apoyo. No era fácil ni rápido. Escuchaban historias duras, a veces insoportables, pero cada vez que lograban ayudar a una mujer a salir de una situación límite, todo cobraba sentido.