Se lo llevó a su madre y le dijo, “¿Podemos escribir otra historia aquí? una que empiece con nosotros y no con Moisés. Fabiana se quedó sin palabras por un momento, luego lo abrazó con fuerza y dijo, “Claro que sí, esa es la historia que más quiero contar.” Así comenzó un nuevo proyecto familiar, un libro de aventuras inventadas por ellos, donde los protagonistas eran niños que resolvían misterios, escapaban de monstruos simbólicos y salvaban al mundo con creatividad.
[Música] Amor y justicia. Lo hacían en tardes tranquilas, entre meriendas y risas. Violeta corregía los diálogos. Andrés proponía finales inesperados y Emma ilustraba las portadas. Ya no se trataba de sobrevivir, se trataba de vivir plenamente. Y ese cambio, aunque sutil, lo era todo, porque por primera vez en mucho tiempo Fabiana ya no escribía desde el dolor, escribía desde la libertad. La noticia del nuevo libro familiar se corrió rápido entre los amigos y vecinos.
Lo presentaron en la misma escuela donde todo había comenzado, aquella donde Fabiana dio su primera charla, donde los niños aprendieron a confiar de nuevo, donde Clara encontró esperanza. La biblioteca se llenó de dibujos, pancartas con frases como la valentía también se hereda y cada familia tiene su misión secreta.
Fue más una fiesta que una presentación. Nadie habló de Moisés ni del pasado doloroso. No era necesario. Todo lo importante estaba presente. Las risas de los niños, los abrazos sinceros, los ojos brillantes de Violeta al ver a sus nietos firmando autógrafos como pequeños autores. Fabiana, sentada en la primera fila, observaba todo con una calma profunda.
Ya no sentía ese nudo constante en el estómago, ni la necesidad de controlar cada detalle. Había aprendido a soltar, a confiar en que después de tanto dolor merecía una vida ligera. Y esa tarde, entre libros y juegos, entendió que finalmente la tenía.
Más tarde, mientras recogían los materiales y guardaban los últimos libros, Andrés se acercó con una caja pequeña envuelta en papel rojo. No es tu cumpleaños ni una fecha especial, dijo. Pero siento que hoy marca un nuevo comienzo. Fabiana lo abrió con curiosidad. Dentro encontró un anillo sencillo con una inscripción diminuta en el interior. Volver a empezar. Él no se arrodilló ni hizo un discurso, solo le tomó la mano y le preguntó, “¿Te gustaría que siguiéramos escribiendo esta historia juntos sin miedo?” Fabiana sintió que el corazón le latía con fuerza, pero no por nerviosismo, sino por certeza. Lo miró a los ojos. Luego miró a sus hijos, a Violeta, a Emma, y
supo que la respuesta ya vivía en ella desde hacía tiempo. “Sí”, respondió con una sonrisa que venía desde lo más profundo. No por lo que habían vivido, sino por todo lo que aún podían construir. Porque después de haber escapado de la muerte, de haber vencido a la traición y de haber reescrito su destino, lo único que quedaba era eso, vivir con plenitud, sin mirar atrás.
La boda fue sencilla, como todo lo que hacían desde que dejaron atrás la vieja vida. La celebraron en el patio de casa, rodeados de luces colgantes, mesas de madera, flores silvestres y música suave.Emma Emma fue la encargada de llevar los anillos mientras Matías y Mateo caminaban a cada lado de su madre, tomándola del brazo con orgullo.
Fabiana no vestía de blanco tradicional, sino con un vestido azul claro que Violeta había cosido con sus propias manos. El color del cielo nuevo dijo cuando se lo entregó. No hubo sacerdote ni jueces, solo un amigo de la familia que leyó un texto escrito por los niños donde hablaban de las cosas que hacen fuerte a una familia. Decir la verdad, jugar juntos, pedir perdón y tener un perro.
Todos rieron. Fabiana lloró. Andrés la miraba como si no existiera nadie más en el mundo. Y por primera vez en su vida, ella no sintió que se entregaba a alguien. sintió que caminaban juntos hacia algo construido con paciencia, heridas sanadas y amor verdadero. Después de la boda, la vida siguió su curso, pero con una ligereza que antes parecía imposible.
Las mañanas ya no comenzaban con sobresaltos, sino con desayuno en la mesa, planes para el día y una paz silenciosa que se había vuelto habitual. Violeta decidió abrir un pequeño taller de costura en Minis, el pueblo donde enseñaba a mujeres mayores y jóvenes a crear, reparar y transformar prendas como en la vida”, decía Entre Risas.
Fabiana retomó sus clases de arte con más compromiso, integrando cada vez más a la comunidad en sus proyectos escolares. Andrés, que siempre había sido el más silencioso del grupo, empezó a escribir su propio libro. No sobre el pasado, sino sobre la belleza de las segundas oportunidades. Los niños crecían rápido con una mezcla perfecta de sensibilidad e ingenio. veces.
Fabiana los observaba mientras hacían tareas o jugaban y pensaba en todo lo que habían atravesado, no con tristeza, sino con gratitud, porque aún después de haber tocado el fondo de lo impensable, habían encontrado la forma de salir y florecer. Un año después de la boda, Fabiana recibió una invitación inesperada. Una universidad prestigiosa la había seleccionado para ofrecer una conferencia sobre resiliencia y narrativa personal. Al principio dudó.
No se sentía una académica ni una experta. Solo era una madre que había hecho lo que tenía que hacer. Pero Andrés la animó y Violeta le dijo algo que no olvidó. A veces las historias más sabias no vienen de los libros, sino de quien las vivió. aceptó la invitación y viajó con la familia a la ciudad.