supieron que ya habían encontrado lo que más necesitaban, estar juntos.
Sin miedos, sin condiciones, sin esconderse. El sol entraba por las ventanas y los cuatro estaban sentados en la sala. No había prisa, no había nervios, había una espalda, una mano, una sonrisa. Ricardo tenía un ramo de flores amarillas, unas que a Sofía le encantan y un sobre grande.
Mariana lo miraba en silencio con el corazón parecido a un tambor. Los niños estaban a su lado, emocionados, curiosos. Ricardo respiró. Esto es para ti, amor. Le entregó el ramo. Mariana lo tomó, lo oliendo sin cubrirse la cara. Son para ti, le dijo él. Mariana sonrió con lágrimas en los ojos.
Mientras tanto, Sofía y Emiliano abrían el sobre, sacaban un anillo y lo miraban como si fuera un tesoro. Caramelo nuevo preguntó Emiliano con asombro. Ricardo se acercó a Mariana de nuevo. Se arrodilló sin dramatizar. Los niños empezaron a gritar. Papá, papá, papá. Él levantó la voz para que solo
Mariana lo escuchara. Mariana, ¿quieres casarte conmigo? Mariana se quedó en silencio un segundo, pero los niños lo llenaron todo. Sofía soltó un grito.
Emiliano corrió a abrazarla. Mariana lo abrazó también, se giró y vio a Ricardo a un arrodillado sonriendo. Ya sabes que sí, respondió al fin. Se inclinó y lo abrazó. El anillo entró en su dedo. Los niños lo celebraron con saltos y gritos mientras ellos dos se quedaban abrazados. Parecía una fiesta
improvisada en la sala de la mansión, pero con más ternura de la que nadie imaginaba posible.
Después de un rato, Ricardo se incorporó, tomó la mano de Mariana y dijo, “Con su permiso, miró a los niños, aprovechó que el momento tenía ojos grandes y quedó sellado. Sí, podemos formar una familia de verdad.” Sofía saltó. Emiliano gritó que sí. Los abrazaron a los tres y los besaron. Luego
salieron al jardín, un lugar diferente donde habían hechos galletas, risas, abrazos y lágrimas. Ricardo echó el brazo sobre el hombro de Mariana.
Aquí es donde quiero empezar de nuevo”, dijo señalando el jardín y sonriendo. Los niños se soltaron a correr entre las flores mientras Mariana y Ricardo los miraban, agarrados de la mano con los anillos brillando al sol. No hicieron brindis ni discursos, solo se quedaron juntos con el viento
moviendo las hojas.
Era un final, sí, pero también un principio. El principio de algo que sí se ordenaba con palabras simples, amor, confianza, familia. Y así, sin más, termina esta historia. No hay fuegos artificiales ni promesas grandiosas, solo un beso en la frente, el sonido lejano de los niños riendo y la certeza