Los hijos gemelos del millonario viudo pasaban hambre hasta que la nueva niñera hizo algo inesperado y les cambió la vida para siempre-a-diuyy

Pensó que quizás eso era lo correcto, que nadie tenía que elegir entre el amor y sus hijos. A la mañana siguiente, Ricardo la esperó en la cocina. Mariana bajó con los ojos cansados. Él se acercó. No quiero que te vayas, pero tampoco voy a permitir que Adriana toque a mis hijos ni por error.

Entonces, entonces, no sé, pero no puedo perderlos. Ni a ellos ni a ti.
Mariana se quedó callada. ¿Sabes que es peor que perder algo, Ricardo? tenerlo todo y no hacer nada por conservarlo. Ricardo bajó la cabeza. Los días siguientes fueron raros. Ella no se fue, pero tampoco estuvo igual. Se volvió más silenciosa, más práctica, menos mariana y más la niñera que había

sido al principio. Los niños lo notaron.
Emiliano se enojó con Mariana por no jugar. Sofía dejó de leerle cuentos. Chayo solo la observaba sin meterse, pero todos sabían que algo se había roto hasta que Sofía entró una noche al despacho de Ricardo y le dijo algo que lo desarmó. Papá, si Mariana se va, yo también me puedo ir con ella.

Ricardo se quedó helado. Sofía lo abrazó.
Ricardo la apretó fuerte y entendió que el último obstáculo no era el testamento, era el miedo y si no lo enfrentaba, iba a perder a todos. Y esa noche por fin decidió qué iba a hacer. No con palabras, con hechos, porque a veces solo eso puede arreglar todo lo que las palabras no alcanzan.

Sofía encontró la carta doblada dentro de su libreta de dibujos. No estaba ahí la noche anterior. La hoja era sencilla, escrita con pluma azul. Su nombre estaba escrito en letras grandes. Con un corazón al lado, la reconoció al instante. Era de Mariana. Se sentó en su cama, la desdobló con cuidado,

como si fuera algo frágil, como si con solo tocarla pudiera romperla. Emiliano la miraba desde la otra cama. En silencio.
No dijo nada. Esperó. Sofía empezó a leer en voz baja. Hola, Sofi. Si estás leyendo esto es porque tal vez ya no esté en la casa, no porque quiera irme, sino porque a veces los adultos tienen que tomar decisiones que no entienden ni ellos y eso duele, pero no significa que te quiero menos.

Sofía sintió cómo se le cerraba la garganta, bajó la hoja un segundo, tragó saliva y siguió. Desde que llegué, tú y Emiliano me enseñaron cosas que nadie más me había enseñado. Me enseñaron a tener paciencia, a reír de nuevo, a jugar como cuando era niña. Me enseñaron que el amor no tiene que ser

perfecto, solo sincero, cada vez que me diste la mano en silencio, entendí lo valiente que eres.
Cada vez que me hiciste una pregunta difícil, supe lo inteligente que eres. Y cada vez que me abrazaste sin decir nada, entendí que ya no estaba sola. Sofía tenía los ojos llenos de lágrimas, pero seguía leyendo. Emiliano se sentó a su lado sin pedir permiso, solo se quedó ahí mirando la hoja con

ella. No quiero que te sientas triste. No me voy porque quiera.
Me voy porque en esta casa hay cosas que aún deben arreglarse y a veces para que las cosas se acomoden alguien tiene que dar un paso atrás. Pero eso no borra nada de lo que vivimos. Cuando mi hermano murió, yo creí que no podía volver a querer a nadie. Y entonces aparecieron ustedes y me hicieron

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