No vestía como las niñeras anteriores, que llegaban impecables con trajes caros. Ella llevaba un vestido simple, zapatos cómodos y un bolso gastado colgado del hombro. Ramiro la miró de arriba a abajo con frialdad. Así que usted es la recomendada por la fundación. Sí, señor Valverde Lucía Moreno.
He trabajado con niños con discapacidad sensorial, respondió ella con voz firme, sin titubear. Ramiro entrecerró los ojos. Le advierto algo desde ya. No espero milagros. Mis hijos no necesitan juegos infantiles para entretenerse. Necesitan disciplina, estructura, orden. Si lo que busca es llenarlos de ilusiones, puede marcharse ahora mismo.
Lucía sostuvo la mirada. No busco dar ilusiones falsas, señor Valverde, pero sí creo que sus hijos pueden aprender a ver de otra manera. El silencio que siguió fue incómodo. Marta parpadeó sorprendida. Nadie solía contradecir al millonario en su propia casa. Ramiro, endurecido, soltó una risa breve y seca.
 
					