LOS GEMELOS DEL MILLONARIO ERAN CIEGOS, HASTA QUE LA NUEVA NIÑERA HIZO ALGO QUE CAMBIÓ TODO…

Ver, ¿acaso no entiende lo que significa la palabra ceguera? Lucía no retrocedió. Ceguera significa que no pueden ver con los ojos, pero el mundo no entra solo por los ojos, señor. También se ve con la piel, con los oídos, con el olfato, con la memoria. Yo no prometo curarlos. Prometo enseñarles a descubrir colores que aún no conocen.

Las palabras quedaron flotando en el aire como una provocación. Ramiro se giró hacia el ventanal sin responder. Minutos después, Marta la condujo hacia el ala donde estaban los gemelos. Era una habitación amplia, con alfombras suaves y juguetes costosos apilados en perfecto orden, casi nuevos, casi intactos. En el centro, dos niños de cabello castaño idéntico estaban sentados, cada uno con un libro de braille sobre las piernas.

Lucía se acercó despacio, sin hacer ruidos innecesarios. “Hola”, dijo con dulzura. “so soy Lucía.” Leo fue el primero en girar la cabeza. Tenía un leve lunar junto al ojo derecho que lo distinguía de su hermano. “¿Quién eres?”, preguntó tanteando con las manos el aire. “Tu nueva niñera. Vengo a estar con ustedes.

Bruno frunció el ceño desconfiado. Las niñeras siempre se van. Yo no pienso irme tan fácil, respondió ella sonriendo. Pero ustedes decidirán si quieren que me quede. Ambos guardaron silencio midiendo sus palabras. Lucía no los tocó, no los forzó. En lugar de eso, sacó de su bolso una pequeña caja de madera. la abrió y un aroma intenso llenó la habitación.

¿Saben qué es esto? Los niños olfatearon el aire. Leo sonrió apenas. Canela, muy bien. Y ahora esto. Sacó otra bolsita con granos de café recién tostados. Bruno la reconoció al instante. Café. Exacto. Lucía cerró la caja y los miró. Para muchos el café es marrón y la canela es rojiza.

Pero, ¿para ustedes, ¿qué color tendría este olor? Los gemelos se miraron entre sí, confundidos. Nunca nadie les había preguntado algo así. No lo sé, dijo Bruno en voz baja. Para mí, huele fuerte, caliente, añadió Leo. Lucía asintió. Entonces, digamos que el café es un color fuerte y caliente y la canela un color que abraza. A partir de hoy vamos a inventar nuestro propio diccionario de colores.

Por primera vez los gemelos sonrieron de verdad. Desde el pasillo, Ramiro observaba en silencio. No entendía bien lo que esa joven estaba haciendo, pero algo dentro de él se revolvía al ver a sus hijos así, atentos, curiosos, incluso ilusionados. Una niñera no está aquí para jugar con metáforas”, murmuró para sí mismo.

Pero mientras cerraba la puerta no pudo evitar escuchar la risa clara de Leo cuando Lucía comparó la canela con un rojo que canta. Una risa que no había escuchado en meses. La primera mañana de trabajo de Lucía en la mansión comenzó sin prisa. Se levantó temprano, preparó su cuaderno de notas y un par de bolsas con objetos simples, campanillas, telas ásperas y suaves, un pequeño silvato, hojas secas recogidas del camino.

No necesitaba juguetes costosos ni aparatos. Lo que quería era empezar a construir un mapa invisible con los gemelos. Cuando entró a la habitación de los niños, Leo estaba desarmando un rompecabezas táctil en la alfombra y Bruno repasaba con los dedos unas páginas de Braille. Ambos levantaron la cabeza al oír su voz. Buenos días, exploradores.

¿Listos para una aventura? Aventura dónde? Preguntó Bruno con tono suspicaz. Aquí mismo, en su casa. Vamos a descubrir cosas que nunca han visto. Leo río bajito. No vemos nada. Por eso mismo, respondió Lucía con dulzura. Vamos a ver con todo lo que no son los ojos. Lucía los llevó al pasillo principal.

La mansión era enorme, con pisos de mármol que hacían eco con cada paso. Para los gemelos, ese eco era un misterio sin nombre, un ruido que siempre estaba ahí, sin forma. Escuchen dijo Lucía, deteniéndose en medio del pasillo. Dio tres palmadas suaves. El sonido rebotó contra las paredes y volvió multiplicado. ¿Qué escuchan? ¿Cómo? Como si el pasillo respondiera”, dijo Leo intrigado. Exacto. El pasillo les habla.

Cada espacio tiene su voz. Hoy vamos a hacer un inventario de esas voces. Los niños caminaron guiados por la mano de Lucía. Ella los animaba a golpear suavemente con los nudillos la pared, a frotar los dedos contra el mármol frío, a arrastrar la mano por la madera de una puerta. Esto es liso, dijo Bruno. Esto es frío, añadió Leo. Perfecto. Eso ya son pistas.

Lucía tomó su cuaderno y anotó. Pasillo igual a eco largo, mármol frío, madera tibia. Al llegar al salón principal, ella cambió de estrategia. Sacó una campanilla pequeña de su bolso y la agitó suavemente desde un rincón. ¿Dónde estoy? Los gemelos giraron la cabeza. Atentos. Bruno dudó un momento, pero señaló a la derecha. Ay. Lucía sonrió. Muy bien.

Ahora cierren los ojos más fuerte todavía e intenten caminar hacia el sonido. Ellos rieron ante la ocurrencia. “Pero si ya los tenemos cerrados siempre”, exclamó Leo. Con pasos tímidos avanzaron. Al principio tropezaban con las alfombras, extendían las manos con cautela, pero poco a poco, guiados por el tintineo, se orientaron. Cuando finalmente chocaron con la campanilla en las manos de Lucía, ambos rieron como si hubieran descubierto un tesoro. “Lo encontramos.” Lo escucharon, corrigió ella.

Y al escucharlo lo vieron. Después vino el turno de las texturas. Lucía había traído telas, lana gruesa, seda suave, arpillera áspera. Puso cada una en sus manos y les pidió describirlas. Esta raspa dijo Bruno sobre la arpillera. Esta es como agua murmuró Leo acariciando la seda. Muy bien. Imaginen que cada textura es un color.

La áspera podría ser un marrón terroso. La suave, un azul que se escurre. ¿Qué opinan, Leo? Río, entonces yo quiero tocar el azul siempre y yo quiero tener marrones en los zapatos dijo Bruno orgulloso. Lucía anotaba todo. Para ellos los colores serían olores, sonidos, texturas. Un diccionario nuevo nacido de su experiencia. Ramiro apareció en el umbral sin que lo notaran.

Llevaba el ceño fruncido con los brazos cruzados. observó a sus hijos palpando alfombras y telas con una concentración que nunca había visto en ellos. “¿Qué está haciendo?”, preguntó de golpe, interrumpiendo. Los niños se quedaron quietos. Lucía levantó la vista sin perder la calma. Un inventario de sentidos, señor Valverde. Inventario.

Esto parece un juego sin sentido. Es más que un juego. Ellos están construyendo su mapa del mundo. Cada olor, cada textura, cada sonido es una coordenada. Si algún día logran percibir la luz, necesitarán primero este mapa para comprenderla. Ramiro suspiró escéptico. No se ilusione. Lucía asintió con respeto. No me ilusiono.

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