El sheriff le entregó los documentos.
—Tienen 48 horas para desalojar la propiedad —dijo con voz firme—. Cualquier pertenencia no retirada en ese plazo será considerada abandono.
Mi marido intentó hablar, pero solo salieron palabras rotas. Yo simplemente sonreí, me di la vuelta y caminé hacia mi coche.
Dos días después, volví. La casa estaba vacía, las luces apagadas. Entré con mis nuevas llaves y cerré la puerta detrás de mí.
Caminé por el pasillo, aún oliendo a perfume ajeno, pero por primera vez en mucho tiempo, no sentí rabia. Sentí paz.
Encendí una vela, me serví una copa de vino y me dejé caer en el sofá.
—Bienvenida a casa —me dije en voz baja.
A veces la vida te arrebata cosas, pero si sabes mantener la cabeza fría, también te devuelve lo que realmente mereces.
Y esa noche, por fin, dormí tranquila.