Llegué a casa de un viaje de negocios temprano y sin avisar, simplemente entré a mi casa…
Llegué temprano a casa de un viaje de negocios sin avisar, y en cuanto entré, me quedé atónita. Vi zapatos, faldas y camisas estiradas hasta la puerta del dormitorio. Con toda mi calma, abrí la puerta y encendí la luz. Estaba en la oficina de la secretaria y mi esposo, sentados en la mesa, haciendo compost. La secretaria eructó, se llenó de secreciones y se frotó la cara. Inmediatamente hice algo que los dejó a ambos sin palabras.
Llegué temprano de un viaje de negocios sin avisar, y en cuanto llegué, me quedé atónita. Unos extraños tacones color piel, un vestido de negocios apretado a toda prisa en el brazo del sillón, un cinturón de hombre enrollado bajo el pie de la mesa, estirado como una raya que conducía a la puerta entreabierta del dormitorio. Sentí como si alguien se ahogara. Era el dormitorio de mi marido y el mío, el lugar que jamás había considerado el más tranquilo de mi vida.
Me llamo Ngoc, tengo 33 años y soy jefe de contabilidad en una empresa de importación y exportación. Mi esposo, Thanh, tiene 37 años y es director de ventas de una gran corporación. Llevamos 7 años casados y tenemos una hija de 5 años, a quien ahora le han enviado a mi abuela para que la ayude, ya que estoy de viaje de negocios en la región central durante dos semanas.
Amo a mi esposo. Y más que amor, es confianza. Thanh es una persona madura, sabe cuidar a sus hijos y a menudo dice palabras que parecen profundas:
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“Los hombres pueden salir y encontrarse con cualquier cosa, pero lo que les impide quedarse es esta casa”.
Solía estar orgullosa de él, me creía una mujer afortunada. Pero todo cambió en una tarde de viernes.
El viaje de negocios terminó antes de tiempo porque mi socio canceló la reunión a última hora. Decidí no avisarle a mi esposo con antelación, en parte porque quería sorprenderlo, en parte porque extrañaba mi hogar.
Cuando llegué al apartamento a las 4 de la tarde, no llamé a la puerta; tenía mi propia llave. La puerta se abrió y la casa quedó en silencio. Sin televisión ni música. Solo una cosa me dio escalofríos: el extraño olor a perfume de mujer y la risa que se oía por la rendija de la puerta del dormitorio.