Las gemelas del viudo millonario no podían dormir… hasta que la nueva niñera negra hizo algo impensable.
—¿Qué encontraste?
Daniel se acercó, como si temiera que alguien pudiera escucharlos incluso en la casa. Sacó una carpeta delgada. En ella, documentos firmados por su esposa semanas antes de morir: una serie de transferencias secretas a una cuenta desconocida, una carta sin remitente dirigida a alguien solo identificado como “S.”
Pero lo más desconcertante era un mensaje manuscrito de su esposa:
“Si algo me pasa, no confíes en lo evidente. La amenaza no está afuera. Está al otro lado de la mesa.”
Amara leyó el mensaje con el ceño fruncido.
—Ella sabía que iban a silenciarla.
—Y trató de advertirme —murmuró Daniel—. Pero yo estaba ciego por el dolor… y por la culpa.
—¿Culpa? —preguntó Amara.
Él dudó, luego dijo:
—Mi esposa y yo discutimos la noche antes de su accidente. Ella quería renunciar a todo: la empresa, la vida pública… solo criar a los gemelos. Yo le dije que no podía dejarlo todo atrás. Que era un Harrington. Y ella respondió: “Entonces no sabrás protegerlos cuando yo ya no esté.”
Amara bajó la mirada.
—Lo sabía… pero no se rindió. Luchó hasta el final.
En los días siguientes, Daniel intensificó su investigación. Accedió a grabaciones internas del hospital donde nació su esposa, registros de las enfermeras presentes, e incluso extrajo copias de correos electrónicos eliminados. La misma noche del parto, una figura clave del consejo directivo de su empresa había estado en el hospital. No tenía por qué estar ahí. Ni siquiera era cercano a la familia.
Ese hombre era Samuel Cordell, el socio más antiguo de Daniel. La misma persona que, tras la muerte de su esposa, se ofreció a tomar el control temporal de la empresa mientras él “superaba el duelo”.
—“S.” —dijo Daniel una noche, mirando las iniciales en la carta de su esposa—. Es él.
Amara, por su parte, no se había quedado de brazos cruzados. Había contactado discretamente con otra enfermera del hospital —una amiga suya de confianza— que le confirmó algo aterrador: Samuel Cordell había ordenado acceso a los registros médicos de la esposa de Daniel, y había alterado su historial clínico poco antes del accidente.
—Ella no estaba enferma, Daniel —dijo Amara—. El informe de la autopsia estaba manipulado. Nunca se quedó dormida al volante por fatiga crónica. Fue un sabotaje. Alguien alteró el sistema de frenos del auto.
Daniel se derrumbó en la silla, sintiendo cómo su mundo se desmoronaba por segunda vez.
—¿Y los gemelos? ¿Por qué no…?