Un segundo de silencio.
—No voy a renunciar —dijo ella—. No por ti, sino porque ella me necesita.
—Espero que te quedes —dijo él—. Por ella.
—Por ella —repitió Maya.
Pero en su interior, algo se aflojó. Algo que creía cerrado para siempre. No confiaba en él. Pero Lily sí. Y por ahora, eso era suficiente.
A la mañana siguiente, Maya Williams se movió por la casa como una sombra. La mesa del comedor brillaba, pulida a la perfección. El aroma del café recién hecho flotaba en el aire.
Pero ni Nathaniel Blake ni la señora Delaney dijeron una palabra cuando Maya pasó con una manta doblada en brazos.
—Buenos días —dijo con calma, la mirada al frente.
La señora Delaney asintió con rigidez. Nathaniel levantó la vista de su tableta, la mandíbula apretada, pero no dijo nada. No importaba.
Maya no esperaba amabilidad. No estaba allí para eso. Estaba allí por el bebé.