Cerró los ojos y lloró.
La carta cayó de sus manos. El medallón se resbaló abriéndose en el suelo. Dentro, una pequeña foto en blanco y negro: Vittorio y Claire sonriendo, abrazados. Jóvenes, felices.
“¿Por qué ahora?”, murmuró. “¿Por qué esperó tanto tiempo?”
Pero antes de que pudiera recuperarse, oyó pasos. El sonido de botas resonando.
“El jefe está preso, pero el problema aún respira,” dijo una voz áspera. “La chica a Mancini le importaba ella. Eso es suficiente para acabar con ella también.”
La sangre se le heló. Sujetó el medallón con fuerza, escondiéndose detrás de un barril.
El miedo era tan grande que casi no sentía las piernas. Pero en medio del pavor, una fuerza nueva surgió. Un valor que venía de algún lugar profundo.
No podía morir allí.
Esperó el momento justo y se movió en silencio. El crujido de la madera delató el movimiento.
“¡Eh! Ella está aquí.”